Qué ver y hacer en Sabbioneta

La città ideale del Rinascimento

Diría que Sabbioneta es un lugar único en el mundo. Situada en el corazón de la llanura padana, a medio camino entre Mantua y Parma, fue levantada en menos de 35 años por deseo del príncipe Vespasiano Gonzaga. Probablemente, en la cabeza de este señor, poseer un gran palacio en la corte no daba cuenta de su poder terrenal y por ello aspiró a algo mucho más grande: fundar una ciudad para él. Pilló el terreno donde su abuelo Ludovico tenía una fortificación y, como en sus inmediaciones había un asentamiento, lo modificó de arriba a abajo para materializar su ciudad ideal, fiel a los cánones del Renacimiento, a los principios humanistas y a los últimos avances de la arquitectura militar.

El señor Vespasiano, como todo príncipe renacentista que se precie, tenía una amplia formación, de ahí que todo el tema de la planificación y proyección de la pequeña ciudad-ducado fuera self service. A partir de 1556, empezó a levantar la muralla en forma de estrella y, dentro de ella, encerró un perfecto trazado en damero que da protagonismo a la piazza Ducale, el centro político, administrativo y religioso de Sabbioneta. Lo curioso del caso es que el ambicioso Vespasiano apenas pudo disfrutar de la ciudad completada puesto que el teatro se levantó solo un año antes de su muerte. Ironías de la vida.

No cabe duda de que Sabbioneta fue una creación precoz. Y todo lo que sube, baja. Así pues, tras su rápida construcción y la muerte de Vespasiano, entró prácticamente en el olvido, se sumió en un profundo sueño del que todavía parece no haberse despertado. A pesar de que se mantiene completamente intacta y ofrece rincones sugerentes, yo tuve una sensación rara. Es un lugar que evoca una innegable grandiosidad pero su belleza es vana; es como el escenario de un teatro bien decorado pero en el que la función ya ha terminado y, por eso, los espectadores se han ido y lo que reina es el silencio. Quizás, precisamente, esto era lo que quería Vespasiano, que con la llegada de su muerte, llegara también el silencio y que su creación pasara a la posteridad como el testimonio de su magnificencia perenne.

Si queréis conocer más de cerca todo esto y disponéis de tiempo, os aconsejo que vayáis al Palazzo del Cavalleggero en la via Teatro Olimpico, 2 y que os hagáis con el billete integrado Biglietto Unico integrato. Cuesta 15 euros y os da acceso a todos los monumentos y museos de la ciudad.

Este punto de información se encuentra en una de las esquinas de la piazza Ducale, el corazón de Sabbioneta. La plaza es rectangular y evidencia la rigidez en el plan urbano: en ella convergen ortogonalmente las calles principales con sus elegantes soportales y los edificios del poder. Vamos, todo un ejemplo de equilibrio y orden renacentistas.

En el centro de la piazza Ducale

El edificio que preside uno de los lados de la plaza es el Palazzo Ducale, el primer edificio importante que Vespasiano construyó en la ciudad y que le sirvió como sede de representación y residencia privada. La fachada, con su soportal, sus grandes ventanales perfilados en mármol y sus bustos, es maravillosa y no es más que una pequeña muestra de la opulencia que se guardaba en su interior. Antes de entrar, os tenéis que fijar en un detalle para haceros una idea más clara del carácter del gran señor de Sabbioneta. En la fachada, se podría haber limitado a escribir en algún ladito que esa construcción era suya pero eso habría sido de medio pobres. ¿Qué hizo él? En los cinco arquitrabes escribió: VESP. D. G. DVX SABLON. I (Vespasiano, por gracia de Dios, primer duque de Sabbioneta). Hala, escrito cinco veces para que quede bien clarito. Vaya tío.

El interior es una pasada, sobre todo los techos. Vais a ver que, de tanto levantar la cabeza para admirarlos, acabaréis con algo de tortícolis. En la planta baja, a mano derecha, vais a disfrutar de algunos ambientes con techos muy bonitos. Me gustó mucho el de la saletta delle Stagioni, realizado probablemente por un discípulo del gran Giulio Romano. Es abovedado y está caracterizado por cuatro figuras alegóricas que representan las cuatro estaciones del año y, entre cada una de ellas, hay un medallón en el que aparece una actividad que se asocia con la estación reproducida. He aquí el medallón del otoño, con un joven bebiendo de un cáliz.

Detalle del techo abovedado de la saletta delle Stagioni

De todas maneras, uno de los ambientes más importantes es la sala di Diana ed Endimione, llamada así por el fresco de Bernardino Campi que reinaba en ella. He escrito «reinaba» y no «reina» porque, por desgracia, está muy deteriorado. Lo que sí se ve bien es el resto de la decoración, que es grutesca y pretende celebrar los hitos de Vespasiano.

En la planta baja también me moló la sala d’Oro, dedicada a Fernando Álvarez de Toledo, un colega de Vespasiano. Y ahora os preguntaréis: ¿Por qué aparece el nombre de un español? Muy simple: nuestro querido duque pasó una larga temporada en España y era íntimo de Felipe II y compañía. Pero bueno, a lo que íbamos: la sala es guay porque alberga una imponente chimenea de mármol rosa de Verona decorada con dos leones y un techo de madera, todo él recubierto de una fina lámina de oro puro.

Cuando subáis a la planta de arriba, vais a ver que, a mano izquierda, en la sala delle Aquile, os estarán esperando cuatro de las diez piezas que conformaban la Cavalcata, una colección de estatuas ecuestres de madera, a tamaño natural, que representaban el poder y las virtudes militares de Vespasiano y de sus antepasados. A simple vista, la pieza del gran duque, que luce en el centro de la sala, os parecerá muy similar a las otras tres pero, como siempre, os tendréis que fijar en los detalles. Vespasiano lleva un collar de la Orden del Toisón de Oro (no sé si la conoceréis pero es una de las órdenes de caballería más top y antiguas de Europa) y la crin de su caballo está más elaborada que la del resto. Otro dato curioso: no todos los caballos tienen levantada la misma pata ¿Por qué? Los que tienen levantada la pata derecha indican que su jinete murió por causas naturales mientras que los que se presentan con la pata izquierda levantada, señalan que su jinete fue un gran comandante y murió luchando.

Las estatuas ecuestres en la sala delle Aquile

Esta sala comunica con varias habitaciones, una más bonita que la otra. Os señalo las cinco que más me gustaron (en sentido antihorario): la sala degli Imperatori, que tiene un techo esculpido maravilloso en el que se representa el rayo alado, símbolo del duque, y los escudos de las tres grandes familias Gonzaga, Colonna y Aragón; la galleria degli Antenati, la mejor conservada, donde hay 21 bajorrelieves en estuco con las efigies de los antepasados de Vespasiano y una bóveda preciosa dividida en diferentes frescos sobre los que destacan el de Apolo en el carro del sol, el de Mercurio y el de Marte; la sala degli Elefanti, antes usada para temas de justicia, que presenta un curioso friso con una serie de elefantes, cada uno de los cuales, lleva al cuello una cadena sujetada por un brazo para simbolizar que la razón humana pone freno a los instintos más potentes de la naturaleza y, de esta manera, hay orden y se garantiza la justicia; la saletta dell’Angelo, llamada así porque en el centro de su imponente y macizo techo de madera del Líbano aparece un ángel que aguanta el escudo ducal alrededor del cual hay, una vez más, el collar del Toisón; y, por último, la gran sala degli Ottagoni caracterizada por un techo que tiene un montón de piñas de madera apuntando al que se asoma por allí.

Justo detrás del Palazzo Ducale está la chiesa dell’Incoronata, un templo de base octogonal que tiene un exterior muy sencillo y austero pero que, por dentro, está completamente decorado con frescos espectaculares. Lo que más impacta es su cúpula, que crea la ilusión óptica de un espacio abierto y mucho más esbelto de lo que realmente es.

En el interior también se encuentra el mausoleo de Vespasiano. No os va a ser muy difícil localizarlo: en él hay mucho mármol polícromo y una estatua de bronce del susodicho que os resultará muy familiar puesto que hay otra muy similar en la primera sala del Palazzo Ducale que ya habréis visitado. Si prestáis atención, os daréis cuenta de que, en la representación, Vespasiano tiene mucho más de emperador romano (Marco Aurelio) que de duque. El tío creó una ciudad ideal como Roma, ¿no se podía permitir tal lujo? Y, ojo, que no está solo: para destacar sus virtudes de buen gobernante, le acompañan las representaciones alegóricas de la Fuerza del Espíritu y de la Justicia.

Mausoleo de Vespasiano Gonzaga

Aquí enterraron a nuestro amigo con algo totalmente fuera de lo común: un toisón de oro, una pequeña pero valiosísima joya que le regaló Felipe II por su lealtad y sus servicios a la corona española. Después os indico dónde podéis verlo expuesto porque no está dentro de esta iglesia.

Si volvéis a la piazza Ducale y cogéis la via Teatro, llegaréis, precisamente, al Teatro all’Antica, una construcción de gran importancia en el ámbito de los edificios teatrales europeos porque fue el primer teatro permanente en nuestro continente construido a partir de la nada, es decir, sin que hubiera una estructura preexistente.

Tenéis que entrar porque vais a flipar. Impone sobremanera la logia semicircular con sus doce elegantes columnas corintias dominadas por doce estatuas de dioses del Olimpo, todos ellos representados con sus atributos. Si os sentáis en las gradas de madera, os van a parecer estatuas armoniosas pero, al igual que otros elementos presentes en la sala, es una ilusión óptica porque, en realidad, sus dimensiones están distorsionadas para que luzcan guais si se miran desde abajo.

Interior del Teatro all’Antica

Desde la parte del escenario podréis apreciar los frescos de las paredes del teatro. Al fondo de la logia, se ven cuatro estatuas de emperadores y justo debajo del techo, dando la vuelta al perímetro de la sala, me pareció muy gracioso el palco con músicos, cómicos, niños, damas y caballeros que miran hacia abajo, hacia el lugar donde sucedían cosas. Están muy logrados: todos tienen los párpados prácticamente bajados y el semblante relajado, preparado para disfrutar de un espectáculo.

De todas maneras, los dos frescos que más llaman la atención por sus dimensiones son los de las vistas de Roma a través de dos arcos de triunfo. Ambos tenían la función de crear en los espectadores la ilusión de que se encontraban en un espacio al aire libre. A vuestra derecha, os quedará la piazza del Campidoglio encima de la cual podréis leer una inscripción que parafrasea la que aparece en la fachada principal del teatro: QUANTUM ROMA FUIT, IPSA RUINA DOCET (La grandeza de Roma la demuestran sus propias ruinas). A vuestra izquierda, en cambio, veréis Castel Sant’Angelo, menos lustroso por culpa de una puerta.

Fresco en el que se aprecia la piazza del Campidoglio

Con todo esto que os he contado, ¿dónde colocaríais al potente Vespasiano en un día de espectáculo? Fácil responderme, ¿no? En el centro de la logia, entre los terrenales y los dioses. Le colocaban el trono justo delante del fresco de su homónimo Tito Flavio Vespasiano, el que tiene una corona de laurel en la mano. De esta manera, cuando se sentaba, parecía que el emperador romano le ponía la corona en la cabeza y lo coronaba como uno de los suyos.

Otro dato interesante: al teatro se le dotó de tres entradas, algo insólito. ¿Habréis entrado por la misma puerta por la que lo hacía Vespasiano? Pues no. Siento deciros que la puerta por la que entran los visitantes es la misma por la que lo hacía el público general. En el lado diametralmente opuesto estaba la puerta para el acceso y los movimientos de los artistas y para Vespasiano estaba reservada la puerta lateral, la que arriba tiene su escudo y la que precisamente da a la via Vespasiano. ¿Por qué? Porque era la única a través de la cual se accedía directamente a la sala de representación.

Tal y como vemos el teatro hoy en día es una maravilla pero, por lo que me contaron, en el siglo XVI tenía que ser algo supersónico. Se ve que en el techo había pintado un cielo estrellado del que colgaban unas bolitas de cristal llenas de líquidos de colores para que, cuando la luz las atravesara, proyectaran sombras psicodélicas más allá de las estrellas. De esta manera, se conseguía dar la sensación de un teatro al aire libre, como los teatros griegos en los que las representaciones se hacían de noche, a la luz de las estrellas. Lamentablemente, este techo, al igual que la escena fija original, no lo vemos por los usos poco ortodoxos que se hicieron del teatro a partir del siglo sucesivo: fue granero, almacén, cuartel y, hasta hace menos de 100 años, sala cinematográfica.

Cuando en Sabbioneta toca la una, para el visitante es hora de comer, básicamente, porque todas las atracciones turísticas están cerradas de una a dos y media. Para estar bien cerquita de lo que quería ver a primera hora de la tarde, me dirigí al ristorante Ducale, un local cuya especialidad es el gnocco fritto, un delicioso pan que, cuando se fríe, se infla como un globo. Me pedí esto con un poco de embutido como entrante y tortelli di zucca, una especie de raviolis rellenos de calabaza, muy típicos de la zona de Mantua. Cada uno de los platos me costó 9 euros, no está mal.

Desde la terraza de este restaurante, se ve la parte externa de la Galleria degli Antichi, que parece la de un acueducto romano, en concreto, la del acueducto de Segovia. ¿Casualidad? Pues no. Ya sabemos que Vespasiano pasó una larga temporada en España y, en uno de sus desplazamientos, vio tal espectacular construcción.

Soportal de la Galleria degli Antichi

Si pasáis por este imponente soportal, daréis con el Palazzo Giardino, un palacete renacentista en el que Vespasiano descansaba y estudiaba. Aunque por fuera es muy sobrio, por dentro es mágico. A través de su veintena de salas distribuidas en dos pisos, vais a descubrir un recorrido decorativo basado en la enorme cultura literaria del gran duque y su inmenso amor por la antigua Roma. Falta todo el mobiliario original pero os aseguro que los frescos, los estucos y los suelos de mármol son suficientes para colmar de belleza el lugar.

Desde la segunda sala de la planta baja, a mano izquierda, se accede a un jardín que conserva un tenue reflejo de su antiguo esplendor. Desde el único lado que no está amurallado, apreciaréis lo que se mantiene: un jardín perfectamente diseñado dominado por el orden y la geometría. Paseando por la calle principal, la de la fuente circular, ya tendréis que empezar a imaginar cómo era antes este remanso de paz. Os cuento un poco lo que sé, así os hacéis una idea más precisa: el problema de la solana Vespasiano lo tenía controlado porque las calles estaban cubiertas con pérgolas por las que trepaban plantas de vid y jazmines. A los lados, había algunas estatuas antiguas rodeadas de flores de diferentes tipos y jarrones con naranjas y limones, todo ello animado por juegos de agua. No está mal, ¿no? Por como me lo describieron, lo veo un lugar ideal para la vida contemplativa de la que probablemente gozó el duque en más de una ocasión.

Lo mejor de la visita está al final del recorrido que se hace por el segundo piso: la Galleria degli Antichi, una galería que, con sus 97 metros de longitud, es la tercera más larga de Europa después de la Galleria degli Uffizi en Florencia y la Galleria delle Carte Geografiche del Vaticano. Así pues, solo por sus dimensiones, ya impresiona.

Los 97 metros de Galleria degli Antichi

A diferencia de otras galerías, esta no servía para comunicar el Palazzo Giardini con ningún otro edificio emblemático, sino que tenía una función bien diferente: básicamente, Vespasiano la utilizaba en plan museo para chulear ante sus invitados de un popurrí de cosas valiosas: piezas arqueológicas, mármoles preciados del norte de África, armaduras de sus antepasados, estatuas romanas, animales exóticos disecados, etc. De todas maneras, de todo esto ya no queda nada porque en el siglo XVIII, como Sabbioneta estaba bajo el dominio austríaco, Maria Teresa de Austria se lo llevó para su casa, ¡incluso el suelo de mármol!

Por suerte, dejó los frescos que, en las paredes largas, representan alegorías femeninas cuya finalidad es resaltar las virtudes morales e intelectuales del buen gobernante y, en las paredes cortas, juegan con las perspectivas. A mí, los trampantojos que gustaron mucho, ¡te hacen creer que la galería todavía es más larga de lo que realmente es!

Trampantojo en una de las paredes

Aquí, como en el jardín, mientras os paseéis, tenéis que hacer un ejercicio de imaginación para trasladaros a su antiguo esplendor: a los grandes ventanales que hacen entrar mogollón de luz, les tenéis que sumar el suelo de mármol que antes comentábamos, de color amarillo, para que pareciera de oro. De esta manera, los rayos de luz que entraban, se proyectaban en el mármol y las cositas de la colección de Vespasiano brillaban a más no poder. Era todo un espectáculo de luz, de color y de arte.

Cuando salgáis del Palazzo Giardini, os aconsejo que deis una vuelta por la piazza d’Armi. En uno de sus extremos, veréis los restos de la fortificación de la que os hablaba al principio de la entrada. La erigió Ludovico Gonzaga, el abuelo paterno de Vespasiano y es lo único que queda anterior a la construcción de la ciudad ideal renacentista.

Restos de la fortificación de Ludovico Gonzaga

Asimismo, en el centro de la plaza, no os pasará inadvertida una columna jónica con un capitel corintio de bronce en cuya cima hay una preciosa estatua de Minerva, que no es una estatua cualquiera. Formaba parte de la colección arqueológica del duque, tenía la función de vigilar y proteger sus dominios y marcaba el epicentro ideal de la ciudad (antes estaba situada unos setenta metros más hacia atrás, más exactamente en el cruce de la via Vespasiano Gonzaga con via Dondi).

Estatua de Minerva en la piazza d’Armi

Precisamente, si cogéis la via Dondi, ¡tachán!, ¡sorpresa!, al final de ella, a mano derecha, veréis algo que yo creo que no os esperáis: una sinagoga de principios del siglo XIX. De todas maneras, no se construyó ex novo, sino que se recicló un edificio en el que vivían judíos desde hacía siglos y en el que ya existía una pequeña sala de oración.

Edificio en el que se encuentra la sinagoga

Como cualquier otra sinagoga, se encuentra en la parte superior del edificio para que, por encima de ella, no haya otra cosa que el cielo infinito y, en su interior, podréis ver el mobiliario original. Me parecieron especialmente bonitos la reja de hierro forjado y los estucos del techo que descansan sobre cuatro columnas corintias, clara alusión al templo de Salomón.

Espacio más sagrado de la sinagoga

Las dos salitas contiguas contienen diferentes objetos relacionados con el culto y paneles explicativos que proporcionan información de la historia del lugar y de sus gentes así como algunos datos de interés sobre el judaísmo y sus prácticas religiosas.

Libro de salmos en la sala expositiva

Al salir de la sinagoga, veréis la chiesa di san Rocco, iglesia en la que, teóricamente, se encuentran los restos mortales de la primera mujer de Vespasiano, asesinada por haberle sido infiel. Cotilleos aparte, la iglesia no es un gran qué pero, si no conseguís ver los restos de la desdichada noble, por lo menos veréis algunos cuadros de arte sacro porque dentro hay una pequeña pinacoteca.

Las obras, pues, son las típicas que se encuentran en este tipo de espacios si bien es verdad que hay una pequeña sección con algo más modernillo y «rompedor».

Lienzo en la chiesa di san Rocco

En realidad, esta pinacoteca es como una extensión del museo de arte sacro «A passo d’uomo» que se encuentra a menos de 100 metros. Yo no soy de ir a este tipo de museos porque, por mi ignorancia en temas religiosos, los veo todos muy similares pero, como con mi superbillete cumulativo tenía el acceso incluido, me animé a entrar. Iba con pocas expectativas pero tengo que admitir que el museo está muy bien montado y es un gusto darse una vuelta por él.

Varias son las piezas bonitas que se exhiben pero la joya de la corona (¡y nunca mejor dicho!) se encuentra en la última sala. ¿Os acordáis del toisón de oro del que os he hablado y con el que enterraron a Vespasiano? Pues ahí está. Uno no se lo espera pero, de repente, se encuentra con una vitrina y, dentro, una joya de oro que representa a un carnero. Es tan pequeñita que incluso le han puesto una lupa al lado para poder apreciar todos sus detalles.

De vuelta a la piazza Ducale, no dejéis de visitar la chiesa dell’Assunta, que no se le puede hacer un feo a la catedral. Si os fijáis, su fachada es singular: se caracteriza por un bonito juego de mármoles rosas y blancos. Dentro, cada siglo dejó su huella. A mí me parecieron especialmente curiosas dos cosas: por un lado, la cappella del Santissimo Sacramento, de estilo rococó, por su elegante cúpula agujereada y por la gran cantidad de reliquias que alberga. Por otro lado, la sacristía monumental, por su mobiliario, que marca la transición del gusto barroco al estilo neoclásico.

También son la mar de bonitos los frescos y los estucos pero esto prácticamente es innecesario decirlo porque en la ciudad de Vespasiano son una constante, ya sabéis.

Sabbioneta está en medio de la nada pero tanta fastuosidad no podía estar dejado a la mano de Dios por lo que, como era de esperar, Vespasiano no se olvidó de protegerla con una muralla que casi se mantiene intacta. Tiene forma de hexágono irregular con seis bastiones y dos puertas de acceso diametralmente opuestas. Si tenéis ganas y tiempo, que sepáis que hay un pequeño recorrido que va de puerta a puerta y que permite ver los bastiones y la muralla desde fuera.

En un extremo está la Porta Vittoria, la primera puerta de Sabbioneta, que estaba orientada hacia la entonces Lombardía española. Si os fijáis en la entrada principal, veréis el escudo de los Gonzaga-Colonna y una inscripción en plan amuleto de la suerte que reza: «Vespasiano Gonzaga, marqués y fundador de Sabbioneta, dedicó esta puerta a la Victoria como buen agüero».

Porta Vittoria

En el otro extremo, veréis la Porta Imperiale, llamada así porque está dedicada a su gran amigo, el emperador Rodolfo II de Habsburgo. Además de una divertida máscara grotesca en la entrada principal, llama poderosamente la atención el hecho de que la construcción tiene más pinta de fachada de iglesia que de puerta de acceso a una localidad.

Una vez dentro del casco antiguo de nuevo, mi recorrido terminó en la piazza d’Armi, ¡comiéndome un helado de avellana y pistacho bien rico!

Mi helado de avellana y pistacho al final del recorrido

Una última cosa pero no por ello menos importante: el medio de transporte más cómodo para llegar a Sabbioneta es el coche (no hay problemas de aparcamiento) pero si no disponéis de él, en Mantua, y más concretamente en el viale Risorgimento, podéis coger el autocar 17 (si viajáis en día laboral) o el 175 (si lo hacéis en domingo o festivo). El viaje dura unos 50 minutos y os deja al lado de la muralla, en la zona donde están los restos de la fortificación de Ludovico. Aquí os dejo los horarios.

Si os va la marcha y vais sobrados de tiempo, también podéis llegar a Sabbioneta en bici. Desde Mantua, no hay un carril bici propiamente dicho pero por esas carreteras secundarias casi no pasan coches. Son unas 4 horas de pedaleo pero puede estar guay; vais a ver un paisaje precioso repleto de viñedos y manzanos. Aquí tenéis el itinerario.

¡Disfrutad!

Qué ver y hacer en Cremona

Turòon, Turàs, Tognazzi

A pesar de ser una pequeña ciudad, Cremona tiene mucho que ofrecer en todos los campos, sobre todo en el artístico. Es conocida en todo el mundo por su hijo predilecto, Antonio Stradivari, y la lutería, un antiguo arte reconocido por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde 2012.

La ciudad se encuentra en plena llanura padana, a orillas del río Po. Por esto, si disponéis de coche, lo podéis aparcar en la via del Porto e ir a dar un paseo por el parco al Po, un amplio espacio verde con chopos donde los lugareños toman el sol, hacen pícnics, van en bici o simplemente se relajan. Nosotros dimos una vuelta por la zona para hacer hambre y, a mediodía, fuimos al restaurante La Lucciola, que se encuentra en la entrada del parque. Es un lugar agradable y los platos que sirven son de excelente calidad. Yo me cogí tortelli rellenos de berenjena y albahaca (12 euros) y un trocito de tarta de pistacho con sabayón (6 euros). Mi postre era espectacular y los que vi de refilón que iban a otras mesas tenían pintaza por lo que os aconsejo que no pidáis primero y segundo porque no llegaréis al postre, que es lo mejor. También os recomiendo que reservéis con antelación porque, a pesar de que el restaurante es grande, se peta mucho a partir de las 13.00.

Los domingos, el coche se puede dejar tranquilamente en el aparcamiento del supermercado COOP. No se tiene que pagar y está a las puertas del casco antiguo: cogiendo el corso Vittorio Emanuele II, se llega al meollo de la ciudad en menos de diez minutos. Además, a lo largo del paseíllo se ve, a mano derecha, el majestuoso teatro Ponchielli y, un poco más adelante, a mano izquierda, la piazza Stradivari.

El teatro Ponchielli ahora está cerrado temporalmente pero, si tenéis la oportunidad, visitadlo por dentro porque solo cuesta 3 euros y es muy bonito. La visita se tiene que reservar al +390372022010 o al +390372022011. Si lo preferís, también podéis escribir un correo a info@teatroponchielli.it. Varios son los elementos curiosos que se pueden ver en este teatro: el peine, el verdadero corazón del teatro, hecho de vigas de madera cuya estructura es original y data de principios del siglo XIX; la imponente lámpara con sus 80 bombillas; el reloj de unos 200 años que todavía funciona con el contrapeso de una piedra y, cómo no, el bellísimo telón pintado de Rizzi en el que se aprecia una representación alegórica de la historia de la música.

Teatro Ponchielli

La amplia piazza Stradivari, se tiene que observar con detenimiento. Como es la antesala de la majestuosa piazza del Comune, a veces pasa inadvertida pero, si tenéis un mínimo interés por la arquitectura, vais a notar que la plaza está flanqueada por edificios de diferentes épocas. Se ven las formas medievales del Ayuntamiento, viviendas con unos bonitos pórticos del siglo XIX que sirven de fondo para las terrazas de algún que otro bar y, por desgracia, dos construcciones de la época fascista que ponen freno a la belleza del conjunto: la Camera di Commercio (en el lado este) y el Palazzo della Riunione Adriatica di Sicurtà (en el lado sur).

La plaza tiene forma de L y en uno de sus vértices, entre los pórticos y la Camera di Commercio, vais a ver una estatua de bronce del gran lutier que, desde hace algo más de veinte años, le da nombre a la plaza. Yo pasé un domingo de mucho calor por lo que no había ni el Tato, solo un par de puestos con productos locales pero cuando el sol pega menos, la plaza se anima y los miércoles y los sábados hacen mercado.

Dejando la estatua del señor Stradivari a mano izquierda y cogiendo la via Baldesio, se llega en menos de un minuto al corazón de la ciudad: la piazza del Comune, que reúne los principales monumentos históricos de Cremona y representa un perfecto ejemplo de espacio público medieval. Me atrevería a decir que es una de las plazas más bonitas de Italia, un lugar de encuentro que maravilla a cualquiera. En ella lucen la Cattedrale di Santa Maria Assunta con su imponente Torrazzo, el Battistero di san Giovanni Battista, el Palazzo Comunale y la Loggia dei Militi, cuatro construcciones que retan el paso del tiempo con gran firmeza.

Yo empecé por la construcción que más me llamó la atención: la Cattedrale di Santa Maria Assunta (o más fácil: el Duomo), en la que conviven elementos románicos, góticos, renacentistas y barrocos. Su fachada principal es una pasada porque está revestida con dos tipos preciados de mármol (el blanco de Carrara y el rojo de Verona) y, en días soleados, luce con todo su esplendor. Se caracteriza por el gran rosetón del siglo XIII y la doble logia en cuyo centro están esculpidas las estatuas de san Himerio, la Virgen María y san Homobono; el pórtico avanzado está decorado con un bonito friso de los meses del año y, como sucede en múltiples iglesias del país, en la parte inferior del portal, un par de leones vigila celosamente el conjunto arquitectónico.

En la catedral podéis entrar gratuitamente (¡aprovechad porque esto no suele ocurrir!) y, en cuanto pongáis un pie dentro, os daréis cuenta de que, por las dimensiones y por el suntuoso aparato decorativo que se desplegará ante vosotros, su interior tiene un aspecto monumental. Lo que más impacta es el precioso ciclo de frescos de la nave central que hace un recorrido por la vida de la Virgen María y de Cristo. En él participaron varios de los principales representantes de la escuela pictórica cremonesa como Boccaccino, Bembo, Melone o Gatti. Apunte: las escenas pintadas son tan bellas que algunos le han dado a la catedral de Cremona el sobrenombre de la «Capilla Sixtina de la llanura padana». Así pues, os podéis hacer una idea de la grandiosa obra de arte pictórica de la que estamos hablando.

Frescos en el interior de la catedral

La nave principal desemboca en un ábside en el que se puede admirar un valioso coro de madera y el fresco Redentor en gloria entre los santos Himerio, Marcelino, Homobono y Pedro, de Boccaccino, artista al que también debemos la Anunciación colocada justo debajo.

Ábside de la catedral

Si os giráis, vais a ver que el Redentor hierático del ábside contrasta fuertemente con el Cristo torturado y crucificado de la parte interior de la fachada. En efecto, bajo el rosetón hay un angustioso fresco de Pordenone que representa el sacrificio de Jesús para salvar a la humanidad. Lo acompañan la Resurrección (abajo a la izquierda), de Gatti y el Descendimiento (abajo a la derecha), también de Pordenone.

Volviendo la vista hacia el ábside, vais a notar que los pasillos que corren laterales a la nave central también terminan en forma semicircular y albergan dos bonitas capillas: la de la Virgen del Pueblo (a la izquierda) y la del Santísimo Sacramento (a la derecha). Esta última, decorada con oro, estuco y cuadros, parece que esconde un misterio: en la pared del lado norte, en La última cena, de Giulio Campi, al igual que sucede en el homónimo del gran Leonardo da Vinci, el apóstol Juan, al estar representado como una joven mujer, se puede interpretar que, en realidad, se trata de María Magdalena. Tal interpretación no es nada descabellada si tenemos en consideración que el personaje que sirve de hilo conductor en las diferentes escenas que aparecen en la capilla precisamente es el de María Magdalena. La vemos en la Cena en casa de Simón el Fariseo, también de Campi y en el Noli mi tangere, de Borroni.

Pasando por la capilla de la Virgen del Pueblo, podéis dejar la catedral por la salida que da al norte, así veis la fachada del transepto de ese lado, que también es muy chula.

Fachada norte de la catedral

Unido a la catedral por una logia renacentista, encontramos el Torrazo que, con sus 112 metros de altura, es la torre campanario en mampostería más alta de Europa y el monumento que mejor simboliza la ciudad. Data de los siglos XIII y XIV y es una construcción típicamente románica. Lo que la hace especial, además de su gran altura, es su reloj astronómico, una de las mayores obras de arte de la mecánica antigua. Es muy tocho (¡el diámetro de su cuadrante supera los ocho metros!) y es la mar de completo porque se ve que marca horas, días, meses, fases lunares, eclipses solares y lunares, además de las conjunciones zodiacales.

Se puede entrar en la torre por 5 euros pero es mejor comprar el billete acumulativo porque, por un euro más, también podréis ver el baptisterio. Para llegar a lo alto de la torre se tienen que subir nada más y nada menos que 502 escalones pero la cosa no es tan catastrófica como parece ya que, a lo largo del recorrido, se encuentran las diferentes salas del Museo Verticale y uno puede ir tomando aliento mientras se adentra en el campo de la medición del tiempo. Entre otras cosas, veréis diferentes tipos de relojes; la reconstrucción a pequeña escala del Ingenio de Toledo, la obra más famosa del talentoso ingeniero cremonés Juanelo Turriano; un péndulo de Foucault cuya oscilación es la demostración científica de la rotación de la Tierra; e interesantes contenidos multimedia. Me pareció de especial interés el vídeo de la Sala del Cuadrante en el que un señor explica el curioso funcionamiento del reloj astronómico.

Pero, ¿para qué vamos a engañarnos? Lo mejorcito son las vistas que se tienen desde los diferentes descansillos y, cómo no, desde la terraza panorámica. Después de pasar varios semáforos que regulan el tráfico de personas en los tramos más estrechos, gozaréis de unas espectaculares vistas de 360 grados de toda la ciudad y de la llanura padana. Os será fácil ir identificando los edificios más antiguos, los campanarios y, en general, la estructura urbana radial típicamente medieval.

Aviso para la gente con vértigo y/o claustrofobia y los que vais con niños pequeñitos: en el tramo final hay una escalera de caracol un poco chunga. Es mejor que no la subáis que ya suficiente habréis tenido con los escalones para llegar hasta el piso inmediatamente inferior llamado «la terraza de la ciudad».

La bajada a la plaza se hace en unos veinte minutos. Una vez abajo, con el billete acumulativo me dirigí al Battistero di san Giovanni Battista. Me pareció un templo con un aspecto exterior un poco raro pero curioso a la vez. Os explico por qué: tiene planta octogonal por una cuestión de simbología. El ocho, como muchos de vosotros sabréis, está relacionado con la resurrección de Jesús, que se produjo al octavo día. Por lo tanto, este número se relaciona con la salvación y el resurgimiento. Asimismo, vais a ver que, de las ocho paredes que constituyen el baptisterio, seis son de ladrillo rojo y solo dos están revestidas de mármol (las dos más próximas a la catedral). Fijaos también en el hecho de que los dos leones del pórtico así como la galería de arcos románicos en la parte superior, son elementos que parecen pertenecer a la misma colección que los de la cercana catedral.

El baptisterio junto a la catedral

Dentro, flipé con el efecto que provocan la cúpula, las columnas adosadas a cada pared y las dobles series de ajimeces. No cabe duda de que la construcción es austera pero estos elementos le dan una grandiosidad, un esplendor y una ligereza especiales.

Cúpula del baptisterio con un óculo en su ápice

En el centro reina un aljibe de dimensiones considerables (también octogonal), hecho de mármol rojo y coronado por una pequeña estatua de madera dorada que representa a Jesucristo resucitado. Se ve que, durante la vigilia pascual, el obispo bendecía el agua contenida en esta particular cisterna y, después, la distribuían por las diferentes parroquias de la ciudad.

Otro elemento que me parece digno de mención es el gran crucifijo lignario del siglo XIV que se encuentra enfrente de la puerta central, en el altar de san Juan.

Crucifijo lignario del siglo XIV en el altar de san Juan

Si movemos la mirada al otro lado de la plaza, los dos edificios que notaremos inmediatamente son: el Palazzo del Comune, sede del ayuntamiento de Cremona y la Loggia dei Militi. Así pues, a un lado de la plaza está representado el poder religioso y, al otro, el político. Tal contraste, curiosamente, también es cromático: en la catedral y en una parte del baptisterio luce el mármol blanco para representar la pureza mientras que, en el lado opuesto, predomina el rojizo, color que se asocia al poder, la prosperidad y la fuerza.

El Palazzo del Comune, fundado a principios del siglo XIII, en la actualidad, no presenta su forma original puesto que sufrió cambios tanto a finales del siglo XV como en el siglo XVIII pero sus características medievales siguen presentes en gran medida.

Fachada del Palazzo del Comune

Si os asomáis, vais a ver que en el patio interno hay cuadros de alguna exposición de pintura temporal. Asimismo, se pueden visitar, de forma gratuita, varias salas de su interior: el Salone dei Quadri, donde se puede admirar la enorme Multiplicación del pan y de los peces (que recuerda inevitablemente la producción del gran Caravaggio) y La última Cena, ambas del Genovesino; la Sala della Consulta, desde la que se tienen unas bonitas vistas de la plaza del Ayuntamiento rodeada de sus monumentos; el Salone degli Alabardieri, caracterizado por un bonito portal del siglo XVI hecho con el mismo mármol que el utilizado para los ventanales de la fachada principal y unos frescos del siglo XIII en los que se representa a san Cristóbal, una Virgen sedente, una crucifixión y, cómo no, a los dos patrones de la ciudad que ya hemos visto en la catedral: san Homobono y san Himerio; y la Sala dei Violini, conocida con este nombre porque en ella se custodiaban los violines cremoneses más preciados. Hoy en día, estos tesoros se encuentran en el cercano Museo del Violino al que se puede entrar por 10 euros. Los entendidos seguro que disfrutarán un montón.

En el lado izquierdo del Ayuntamiento, se encuentra la Loggia dei Militi, el lugar en el que se reunía la Società dei Militi, un grupo formado por los habitantes más poderosos y ricos de la ciudad y de la zona circundante.

Se construyó a finales del siglo XIII y sigue el típico esquema arquitectónico de los edificios lombardos de la época: está hecho en ladrillo rojo, tiene un amplio pórtico y su fachada está caracterizada por ventanas ojivales y almenas.

Si os asomáis, vais a ver que, bajo el pórtico, una doble escultura de Hércules, el mítico fundador de Cremona, está aguantando un escudo de la ciudad que, antiguamente se encontraba en la porta Margherita, en pie hasta 1910.

La doble estatua de Hércules con el escudo de Cremona

Si un cremonés os preguntara «¿Qué crees que aparece en el escudo de mi ciudad?» es probable que respondierais, al igual que yo, el Torrazo, la catedral o, visto lo visto, incluso un violín. Todas estas respuestas serían incorrectas. Fijaos bien en la foto que precede estas líneas: lo que aparece es un brazo con una mano que sostiene una bola. Claro, lo siguiente que os preguntaréis será «Y esto, ¿por qué?»

Hay una leyenda medieval detrás de todo esto. Se ve que, por aquel entonces, como Cremona formaba parte del Sacro Imperio Romano Germánico, tenía que pagar cada año al emperador una tasa que era una bola de oro de 5 kilos, ahí es nada. Los cremoneses, hartos de pagar esta tasa, pactaron con el emperador: un tal Giovanni Baldesio se enfrentaría a su hijo y si ganaba, la ciudad ya no tendría que seguir pagando la bola de oro. Así fue: el jovenzuelo Giovanni ganó el duelo y Cremona se liberó para siempre de la tasa. A modo de recompensa, a Giovanni (al que todos empezaron a llamar Zanen de la Bala) se le ofreció como esposa a Berta de Zoli, un bellezón que, además, le aportó una gran dote.

De todas maneras, yo creo que la mejor recompensa fue reservarle la mitad del escudo de su ciudad, acompañado de la frase fortitudo mea in braccio, es decir, «mi fuerza está en el brazo».

Tras este breve inciso, volvamos a nuestro recorrido por la ciudad. Dejando la plaza principal a mis espaldas, cogí corso XX settembre y me paré en el número 37, donde se encuentra el Palazzo Grasselli, una casa nobiliaria que debe su nombre a la última familia que vivió en ella pero que, principalmente, se relaciona con los Magio, una estirpe presente en Cremona desde el siglo XIII.

Por desgracia, como todavía la están restaurando, solo se puede visitar con las aperturas extraordinarias que se dan a lo largo del año por lo que, antes de ir, es aconsejable que escribáis a info.turismo@comune.cremona.it y preguntéis.

Las dos salas que se pueden visitar son extraordinariamente elegantes, de gusto romántico, con motivos ornamentales clasicistas y mitológicos y más de un trampantojo.

La escalinata también tiene un elegante diseño con una balaustrada de piedra y está dominada por la Buena Fama, representada con los atributos tradicionales.

Escalinata del Palazzo Grasselli

Como no podía ser de otra manera, la humilde casita cuenta con un patio que, a su vez, comunica con un parque. Ahora no luce mucho porque los árboles seculares conviven con la maleza pero hace unos años, cuando daba a los campos y a los huertos circundantes, seguro que era un lugar espléndido.

El Palazzo Grasselli desde su parque

A cinco minutos del Palazzo Grasselli, ya en uno de los extremos del centro histórico, se encuentra la tranquila piazza di san Michele con su Palazzo Vergani, lugar en el que antes se hacía turrón, y la chiesa di san Michele Vetere, una de las iglesias más antiguas de la ciudad. Según la tradición, se edificó en el siglo VII por deseo de la reina Teodolinda, tras la muerte de su marido Agilulfo. Es de estilo románico y está dedicada a san Miguel Arcángel, santo muy venerado por los lombardos.

Fachada de la chiesa di san Michele Vetere

El interior, austero y solemne, presenta una planta basilical románica enriquecida en épocas posteriores con altares y telas de artistas locales. Los dos cuadros que merecen mayor atención son: La natividad, de Bernardino Campi (en la segunda capilla de la nave de la derecha) y La crucifixión con santos, de Giulio Campi (en la tercera capilla de la nave de la derecha).

Si movéis la vista al centro de la iglesia, vais a ver que el altar es suntuoso y que está embellecido con mármoles polícromos de rara belleza. En el ábside reina un majestuoso fresco que representa el juicio final. Al pobre Cristo no se le ve la cara pero, considerando que la obra es de finales del siglo XIII, se conserva más que bien.

Por cualquiera de las escaleras laterales al altar, podéis bajar a la cripta caracterizada por los bonitos capiteles que datan del siglo VII y, ya subiendo de nuevo, comparadlos con los que encontramos en las columnas de mármol que separan las tres naves. Son más tardíos, del siglo XII, pero igual de bonitos. Presentan figuras humanas y vegetales.

Después de esta visita, cogí la via Gerolamo da Cremona para volverme a acercar a las callecitas cercanas a la catedral. ¿Por qué? Pues porque allí se concentran las tiendecitas históricas. La más antigua de la ciudad se llama Sperlari y está en la via Solferino, 25 desde 1836. Merece la pena entrar aunque solo sea para ver su interior, en concreto, los muebles de finales del siglo XVIII, pero estoy segura de que no os podréis resistir a la tentación y caerá lo típico: turrón, mostaza, un licor o un vino.

A 10 metros, en el lado opuesto de la calle, en el número 30, hay otro establecimiento con unos cuantos añitos: la Pasticceria Lanfranchi. Tiene un gran surtido de dulces por lo que podría resultar difícil elegir solo uno. Para no fallar, lo mejor es que probéis la especialidad de la casa: el pan Cremona que, básicamente, es un bizcocho de almendras recubierto de chocolate negro. A veces hay bastante barullo en el local pero si os subís a la salita que tienen en la planta de arriba, vais a estar la mar de tranquilos, en un ambiente acogedor.

Si sois más de helado, os podéis acercar a la piazza Roma y probar uno en la Gioelia Cremeria. Tienen un montón de sabores ¡y todos son muy cremosos! Yo me pedí una tarrina porque soy una tolai pero lo que se tiene que hacer es pillar un cono porque es artesanal y dentro lleva chocolate negro o gianduia, a elección. Mi sabor favorito: siciliana (almendras y pistacho). Precio en la media: 2,50 euros.

Helado de siciliana y Bacio en la Gioelia Cremeria

Mientras compráis productos típicos y caéis en dulces tentaciones por la via Solferini y sus aledañas, tenéis que hacer una tercera cosa: mirar los cuadros de la luz. En ellos, Blub pintó caras muy conocidas con algo en común: una máscara de buceo porque, en estos momentos de profunda crisis, como nos encontramos con el agua al cuello, es mejor llevar una máscara de estas y aprender a nadar para transformar los obstáculos en oportunidades. La colección se llama L’arte sa nuotare (El arte sabe nadar) y no está presente solo en Cremona. También hay obras dispersas por Florencia, Roma, Venecia, etc. Yo me topé con las que os pongo aquí debajo, a ver cuántas encontráis vosotros…

El corso Garibaldi es otra de las principales calles comerciales de la ciudad donde es agradable dar una vuelta. A cada paso que deis, id levantando la vista porque hay edificios muy bonitos y paraos en los escaparates de los talleres donde construyen violines, son una pequeña joya. Yo no lo hice por falta de tiempo, pero si os apasiona el tema o simplemente os interesa, que sepáis que se pueden visitar los talleres de los lutieres y conocer mucho más de cerca esta actividad artesana. El correo electrónico para concertar una visita es: info@cremonaviolins.com. ¡Ya me contaréis qué tal la experiencia!

Una última cosa relacionada con el tema de los violines: la vivienda que está en el número 57 del corso Garibaldi fue la casa y taller de Stradivari. Desde 1667 hasta 1680 vivió allí con su primera mujer y construyó sus instrumentos más preciados. Ahora está chapadísma, no se puede visitar. De hecho, parece un lugar abandonado. Solo una estatua del gran maestro (esta vez solo) nos indica que ahí pasó algo. Una pena.

Estatua de Stradivari en el número 57 del corso Garibaldi

Si continuáis por el corso Garibaldi, vais a llegar a la piazza sant’Agata, una pequeña plaza triangular que constituye el centro de la expansión urbana que se dio en el Medievo. Desde allí, se ven tres edificios interesantes: la chiesa di sant’Agata, el Palazzo Cittanova y el Palazzo Trecchi.

La chiesa di sant’Agata, que data de 1077, todavía conserva su campanario románico, el más antiguo de los que siguen en pie en la ciudad. La fachada, de estilo neoclásico, es imponente pero, personalmente, lo que más me llamó la atención fue el reloj solar que luce en uno de los extremos superiores. Es elegante, tiene forma de rosetón y lo más curioso del caso es que, por su inclinación, no puede dar las horas de la mañana. Esto, ya veis, es rollo torre de Pisa.

En el interior, se pueden admirar frescos de Giulio Campi además de algunos cuadros de Bernardino Gatti, Boccaccio Boccacino y Giovan Battista Trotti, llamado il Malosso. La tavola di sant’Agata, que se encuentra en la nave izquierda, después de haber pasado los dos primeros altares, me pareció particularmente bella. La tabla, de principios del siglo XIV y de autor desconocido, está pintada por ambos lados. En un lado están representadas con colores bien intensos las imágenes de la vida de la santa y, en el otro, la Virgen con el niño Jesús. Me atrevería a decir que casi es un milagro que se conserve en tan buen estado considerando las vueltas que ha dado la pobre tabla. Como santa Ágata se considera la protectora contra los incendios, durante varios siglos, la obra se colocaba delante de los fuegos declarados en la ciudad para que ayudara en algo y cada 5 de febrero, en ocasión del día de santa Ágata, se la paseaba en procesión por las principales calles del casco antiguo. Por suerte, estas idas y venidas ya se han acabado y ahora la tienen expuesta bien bonita y protegida en una caja de cristal.

Al salir de la iglesia, si os giráis 180 grados, daréis con el Palazzo Cittanova, un edificio que, por su arquitectura, pertenece a la misma colección que el Palazzo del Comune y la Loggia dei Militi. Es de 1265 y se construyó para albergar las reuniones de los güelfos. De todos modos, a lo largo de los siglos ha sido un lugar muy polivalente y por él han pasado gentes de oficios tan dispares como mandatarios, mercaderes, militares y notarios. Hoy en día, en cambio, se utiliza para congresos y otros eventos.

Desde la piazza sant’Agata también vais a ver el naranja chillón de la fachada de Palazzo Trecchi, el último símbolo del núcleo de expansión de la ciudad medieval. Es de 1496 y se construyó como humilde morada para los marqueses Trecchi. Por él han pasado personalidades de la talla de Garibaldi o el rey Vittorio Emmanuele III, ahí es nada.

Hace pocos años que está abierto al público pero, en poco tiempo, se ha convertido en un activo centro de actividades culturales y sociales. Por su atmósfera agradable, se usa para eventos de muchos tipos tales como exposiciones de arte, conciertos, desfiles o bodas.

Como habéis podido comprobar, la pequeña ciudad de Cremona tiene muchas sorpresas guardadas para el visitante. Es mucho menos conocida que sus vecinas (Milán, Mantua, Parma o Reggio Emilia) pero yo creo que no les tiene nada que envidiar. No dejéis de visitarla, es una joyita que os enamorará.

Qué ver y hacer en Palencia en 2 días

Palencia, la bella desconocida

El Cristo del Otero

La ciudad de Palencia, a pesar de sus reducidas dimensiones, tiene mucho que ofrecer. Su visita fue una grata sorpresa por lo que el lema de la bella desconocida, indiscutiblemente, se lo ha ganado a pulso. Esta tierra de la meseta septentrional española maravilla por su arquitectura, su naturaleza y sus gentes.

Si no eres de Palencia y sabes poco (o nada) sobre la ciudad, una de las cosas que más te chocan al pasearte por sus calles es la gran cantidad de esculturas ¿Por qué a los palentinos les gustan tanto? La respuesta tiene nombre y apellido: por Victorio Macho, otro gran desconocido.

Para entender mejor el alma de la ciudad, os aconsejo que, antes de nada, visitéis uno de sus símbolos, el Cristo del Otero. No os va a resultar difícil encontrarlo, pues se ve desde cualquier punto de la ciudad, protegiéndola. Se tarda una media hora en llegar. Yo, en concreto, cogí la avenida Campos Góticos (al final de la cual están los graffitis que participaron en el II Concurso de Graffitis «Ciudad de Palencia»), pasé por la avenida de los Derechos Humanos (hasta la rotonda), hice un pedacito de la carretera que va hacia Santander y ya después me desvié a la izquierda, en la calle del Cerro.

Obra ganadora del II concurso de graffitis «Ciudad de Palencia», en la avenida Campos Góticos, de camino al Cristo del Otero

Antes de llegar al Cristo, vais a ver la ermita de santo Toribio. Es muy pequeñita y parece insignificante pero, curiosamente, está relacionada con una de las romerías que todavía se hacen hoy en día: la romería de santo Toribio. Según una viejísima historia popular, en el año 447, el obispo Toribio se tuvo que refugiar en esa zona puesto que, al predicar contra las doctrinas de Prisciliano, fue apedreado por los palentinos. El pobre hombre estuvo rezando hasta que se produjo un evento catastrófico: el río Carrión se desbordó e inundó toda la ciudad. Los palentinos, también inundados pero de sentimiento de culpabilidad, dedujeron que tal circunstancia se debía a lo mal que se lo habían hecho pasar a Toribio y, arrepentidos, le pidieron perdón. De esta manera, las aguas del furioso Carrión volvieron a su cauce. Final feliz.

Para rememorar el martirio de santo Toribio, el domingo más próximo al 16 de abril de cada año, se celebra la Pedrea, una fiesta con nombre engañoso. Ese día, mientras desde el balcón de la ermita se tiran bolsas con pan, queso y una cuartilla con la imagen y la leyenda del santo, abajo, una multitud emocionada se da codazos para hacerse con uno de los humildes pero codiciados trofeos.

Ermita de santo Toribio, con el Cristo de fondo

A unos pocos pasos de la ermita, está el Cristo del Otero, colosal figura que impresiona mires desde donde la mires. Para que os hagáis una idea, mide 20 metros de altura y es la segunda estatua de Cristo más alta del mundo después del Cristo Redentor de Río de Janeiro.

El Cristo del Otero

No se puede subir hasta los pies de la escultura. Eso sí, las vistas sobre la ciudad de Palencia y los campos circundantes son preciosas. Además, hay un espacio dedicado al Cristo y a Victorio Macho que merece mucho la pena. Es gratuito y está abierto todos los días excepto los lunes.

En el Centro de Interpretación Victorio Macho hay tres salas comunicadas, una de las cuales aprovecha los espacios de la ermita de Santa Maria del Otero. Lo mejor es empezar por la sala que queda a la izquierda de la entrada principal puesto que allí ponen un vídeo de unos cinco minutos de duración que puede servir como introducción a lo que se verá de manera más detallada en la sala de enfrente. En esta segunda sala, junto con los paneles que explican la vida y la trayectoria de Victorio Macho, se exhiben bocetos para obras monumentales así como retratos.

A mí, el proyecto que más me impactó fue precisamente uno que no se pudo llevar a cabo: el de El campesino ibérico. Macho, en sus últimos años de vida, lo que tenía en mente era hacer una especie de Coloso de Rodas pero a la española, es decir, una escultura de un hombre ibérico, de 40 metros de altura, y situarlo en un lugar bien alto: en la sierra de Guadarrama. El recuerdo de tal utopía fue materializado y, si vais a la rotonda que une la avenida de Asturias con la avenida de Simón Nieto, vais a ver una reproducción de 4 metros de altura de dicha escultura. Obviamente, tanto las dimensiones como el emplazamiento de la obra actual poco tienen que ver con la idea original de Macho pero merece la pena darse un paseo para verla porque, aun así, es espectacular.

Después de visitar estas dos salas que os he descrito brevemente, podéis asomaros a la ermita de santa Maria del Otero. En la nave central, obedeciendo a su última voluntad, reposan los restos de Macho y, en las paredes de las naves laterales, hay modelos y bocetos del monumento a Alonso Berruguete (situado en la Plaza Mayor de Palencia) así como el boceto en yeso de la cabeza del Cristo del Otero acompañado de información detallada. Os recomiendo que os paréis un momento a leerla . Es muy interesante descubrir qué concepción del paisaje y de la fe tenía Macho y cómo la plasmó en su Cristo.

Tras esta visita, bajé de nuevo a la ciudad y mi primer alto en el camino fueron los jardinillos de la estación que, como su propio nombre indica, están justo delante de la estación de trenes. Es agradable pasear entre sus castaños y álamos, descansar frente a uno de sus estanques con patos o admirar algo raro pero único a la vez: el palomar de forma troncocónica. Y es que… ¿alguna vez habéis visto un palomar dentro de un parque urbano?

Palomar de los jardinillos de la estación

Cuando se llega al palomar, simplemente hace falta cruzar la avenida de Simón Nieto y ya se está en la iglesia de san Pablo, construida entre los siglos XIV y XVI.

Si bien el interior está bastante oscuro, entrad para apreciar, sobre todo, la capilla mayor. En ella destaca el fantástico retablo mayor dominado por el calvario de Cristo y caracterizado por varias escenas de la vida de este en la parte inferior y por diferentes figuras de santos en la parte superior. Asimismo, a ambos lados de la capilla mayor asombran los sepulcros renacentistas de los Marqueses de Poza.

Las dos capillas absidiales también son bonitas. En la del Evangelio, que está a la izquierda de la capilla mayor, se encuentra la talla de un Crucificado del siglo XVII adscrito a la escuela palentina y en la de la Epístola, que está a la derecha de la capilla mayor, se halla el magnífico retablo de la Piedad presidiendo la capilla en la que está enterrado el deán Zapata.

Antes de dejar la iglesia a vuestras espaldas, no os olvidéis de levantar la vista en la capilla del Rosario (la primera capilla lateral del lado derecho) y en la nave central pues sus techos son bellísimos.

Por la tarde me fui a dar una vuelta por la arteria principal de Palencia: su calle Mayor. Yo empecé el paseo desde la Plaza León por lo que os voy a ir diciendo los lugares que más me llamaron la atención de norte a sur. En la esquina con la calle Los Soldados brilla con luz propia el edificio modernista de Jacobo Romero, en la actualidad, sede de Caja Duero. Parece que el único que se atreve a ignorar tal edificio es nuestro ya conocido Macho cuya escultura está justo al lado, dándole la espalda.

A pocos pasos hay más edificios de interés: la casa de los señores García Germán, de estilo modernista; la casa Junco, único exponente de arquitectura civil de época barroca que hay en la ciudad y el colegio de Villandrado, en ladrillo rojo y piedra blanca y rematado por el friso de cerámica vidriada que representa a su fundadora (la Vizcondesa de Villandrado) con sus dos doncellas.

Justo enfrente de este último edificio os podéis desviar cogiendo la calle Ignacio Martínez de Azcoitia para ver la plaza Mayor (donde están el ayuntamiento, de estilo neoclásico, y el curioso monumento de piedra y bronce que Macho realizó a finales de 1963 con motivo del IV centenario de la muerte del escultor renacentista Alonso Berruguete), y la iglesia de la Soledad que está adosada al convento de San Francisco.

Plaza Mayor con el ayuntamiento de fondo y el monumento a Berruguete en el centro

Cruzando la plazuela de la Sal se encuentra el mercado de abastos, un edificio de hierro forjado y grandes cristaleras construido en 1898 para dar un espacio más ordenado y saludable al mercado que antes se celebraba a escasos metros, al aire libre. Es pequeño pero los comerciantes son amables y los productos que venden son frescos y de calidad. Si queréis comprar algo, no vayáis muy tarde ya que la mayoría de los puestos tradicionales cierran a primera hora de la tarde, antes de las 15.00.

Contiguo a este mercado está uno de los edificios civiles que más me gustaron de Palencia: el palacio de la Diputación. Predominantemente de estilo neoplateresco, todo él es imponente pero, quizás, los elementos exteriores más bellos son las torres que dan a la calle Berruguete. Su interior no es visitable pero, igualmente, podéis pasaros por allí antes de las 15.00 y, bajo la atenta mirada del guardia de turno, asomaros al vestíbulo de aspecto italiano. Así, tendréis la oportunidad de admirar la imponente escalinata de tipo imperial que lleva al primer piso y las vidrieras con diferentes escudos (a la derecha del de España está el de Brañosera, municipio considerado el primer ayuntamiento del país). Asimismo, si alzáis la vista, veréis el fresco de Fernando Calderón que rememora la defensa de la ciudad llevada a cabo por un ejército de valerosas mujeres contra el asedio del duque de Lancaster en 1388. La obra es de 1967 por lo que se encargó después del incendio que sufrió el edificio un año antes. Curiosamente, en el incendio, el único fallecido fue el jefe de los bomberos, el hijo del arquitecto que proyectó el edificio. Dicen las malas lenguas que fue él mismo el que provocó dicho incendio puesto que reclamaba un cuadro de su padre y la Diputación se lo negaba. Como podéis ver, una historia de lo más rocambolesca.

Continué por la calle Burgos y allí vi otros dos edificios de interés: el monasterio de las Claras y la iglesia de san Lázaro. En el monasterio tenéis que entrar sí o sí porque allí encontraréis la sublime talla de madera del Cristo Yacente que inspira una de las leyendas más famosas de Palencia. Se ve que el almirante Alfonso Enríquez (que, por cierto, está sepultado junto con su mujer y varios de sus hijos en el susodicho convento), tras haber ganado una difícil batalla contra el rey de Túnez, divisó en el mar Mediterráneo una urna de cristal flotante que resplandecía de manera sobrenatural. Cuando el almirante se acercó a ella, se dio cuenta de que esta contenía la imagen de Cristo y, por eso, la recogió con la intención de llevarla a Palenzuela que no Palencia. De todas maneras, las cosas no salieron como se esperaba: cuando el burro que transportaba la imagen pasó por delante del castillo de Reinoso de Cerrato donde vivían las monjas clarisas, se negó a continuar. Tal evento se interpretó como una señal divina y se dedujo que la imagen debía ser venerada en el monasterio de las Claras de Palencia.

La leyenda mola pero el Cristo Yacente todavía más porque está muy logrado. Tanto su cara como su cuerpo desprenden un gran realismo sobre todo por las articulaciones móviles y el pelo y las uñas naturales que, según muchos, le crecen un poquito cada año. Ahora los palentinos lo tienen muy tranquilito en su pequeña capilla pero ¡ojo al dato! Antes, debajo del cuero que le cubre el torso, se le ponía una calabaza hueca llena de vino para que así, cuando el cuerpo se moviese, la bebida saliera y pareciera que el Cristo estuviera sangrando. No sé vosotros pero yo flipé.

Está poco accesible por la urna y las barras que lo protegen y, de hecho, la foto no le hace justicia pero os invito a mirarlo detenidamente. Es tan real que da yuyu.

El Cristo Yacente del monasterio de las Claras

Apunte para los que, como a mí, les gusta la literatura: en torno a 1912, el gran Miguel de Unamuno le dedicó un poema de 150 versos que lleva un título bien corto: El Cristo yacente de Santa Clara (Iglesia de la Cruz) de Palencia. Si lo leéis, vais a notar que, antes de hacer referencia al Cristo, habla de una pobre Margarita loca. ¿Quién será? Pues no es otra que la protagonista de Margarita la tornera, una de las leyendas más célebres de Zorrilla cuya acción se desarrolla precisamente en el monasterio de las Clarisas.

A exactamente 4 pasos, está la iglesia de san Lázaro, fácilmente reconocible por la escultura de este mismo santo que hay al lado de la puerta principal. Por dentro, no me pareció un gran qué pero es interesante saber que, en sus orígenes, fue un hospital de leprosos fundado por el Cid.

Después de este pequeño desvío, volví a la calle Mayor deshaciendo los pasos por la calle Burgos y pasado por la calle don Sancho. Justo en la esquina de esta con la calle Mayor, veréis el Casino con un soportal decorado con un mural de estilo modernista, muy chulo.

Mural de estilo modernista bajo el soportal del Casino

De ahí, fui bajando por el cacho de calle Mayor que todavía no había visto. Está lleno de tiendas pero lo mejor es no despistarse mucho con los escaparates e ir alzando la vista cada dos por tres porque este tramo está repleto de fachadas preciosas.

Al llegar al final de la calle Mayor, si vais a la izquierda, vais a ver el río Carrión desde el Puente de Hierro, de principios del siglo XXI y, si decidís tirar hacia la derecha, os encontraréis con el paseo del Salón de Isabel II, situado en los terrenos del desaparecido convento del Carmen. Es agradable pasear por allí, sobre todo por las diferentes tipos de árboles y flores que se van encontrando por el camino. Además, en pocos minutos, se llega a otro parque: la Huerta de Guardián donde, por encima de todo, destaca la pequeña iglesia de San Juan Bautista, a mano izquierda. Antes se encontraba en Villanueva del Río Pisuerga pero, como el pueblo se inundó por la construcción de un pantano, decidieron trasladarla y reconstruirla piedra a piedra donde la podemos ver ahora. La portada es majestuosa, con seis arquivoltas apoyadas en finas columnas y, el interior, a pesar de ser muy sencillo, es interesante puesto que alberga uno de los Centros de Interpretación del Románico. Allí se explica con detalle la historia de la iglesia y la contextualiza dando datos de otras construcciones de este estilo en la provinia de Palencia. La visita merece la pena y es gratuita pero, antes de ir, informaos sobre los horarios porque son bastante variables dependiendo de la época del año en la que viajéis. Si vais en verano, solo está cerrada los lunes.

Además, si vais con peques, sabed que el parque Huerta de Guardián es uno de los que se ha adherido al Parquecuentos, una iniciativa que invita a los niños a leer con diferentes propuestas cada día, de lunes a viernes.

Casita para los Parquecuentos en el parque Huerta de Guardián

Por la noche, me quedé a dormir en la casa de Satur, un anfitrión superatento. El apartamento está en Campos Góticos, una zona residencial, a 11 minutos del centro caminando, es muy amplio y está muy bien equipado (incluso en un rinconcito del salón hay información sobre la ciudad y la provincia (por si todo lo que yo os estoy contando no fuera suficiente)). 50 euros la noche. Desayuno incluido, con café del bueno.

Al día siguiente, empecé por el Museo Diocesano de Arte Sacro que está ubicado en el Palacio Episcopal. La verdad es que nunca voy a este tipo de museos porque normalmente tengo suficiente con las obras que veo en el interior de catedrales, iglesias o conventos pero, en este caso, tengo que admitir que disfruté mucho de la visita. Cuesta 4 euros y el primer pase es a las 10.30, con Daniel que es el guía. Es remajo y aunque no tengáis ni pajolera idea de historia, arte o religión, él lo explica tan bien y le pone tantas ganas que vais a aprender mucho. Además, va haciendo comentarios y bromas como las del grupo Reacciones Medievales que no sé si conoceréis pero a mí me hacen mucha gracia.

La visita dura aproximadamente una hora y, en este tiempo, se ven vírgenes, retablos, mobiliario o piezas de orfebrería de distintos siglos. También veréis pinturas de Pedro Berruguete, Juan de Flandes o Zurbarán.

Después de esto, sin duda, tocaba visitar la catedral que, además, está a 2 minutos andando. Por suerte para la catedral pero por desgracia para mí y para el resto de los visitantes, están realizando obras de mejora por lo que hay zonas cerradas al público y la entrada cuesta 3 euros en lugar de 5. El precio incluye una audioguía.

La catedral tiene cinco puertas de acceso pero los visitantes entran directamente por el claustro, que da a la plaza de la Inmaculada. Vista desde allí, ya impresiona y, aunque ahora (y a lo largo del año 2020) esté medio escondida entre andamios y cosas varias, os sugiero que, antes de entrar, os deis una vuelta por fuera para apreciar desde cerca los detalles en las portadas, las gárgolas variopintas, los frisos o los pináculos.

Dentro atesora joyas que van desde la época visigótica hasta el barroco pasando por el románico, el gótico, el renacentista y el plateresco.

Uno de los lugares más bonitos es el suntuoso trascoro de comienzos del siglo XVI donde luce el tríptico de los Siete Dolores, de Juan de Holanda. Encima, en un arco de medio punto aparecen las armas del obispo Fonseca y, presidiendo todo el conjunto, figura la heráldica de los Reyes Católicos.

Trascoro de estilo plateresco

Justo enfrente de este bonito trascoro, están las escaleras que dan acceso a la parte más antigua conservada: la cripta de San Antolín. Cuando bajéis hacia allí fijaos en los bajorrelieves platerescos que adornan la escalera porque, a través de ellos, se cuenta la leyenda que da origen a la cripta. Se ve que el rey Don Sancho III, en un día de cacería, pretendiendo cazar un jabalí, se escondió en una cueva que resultó ser el lugar elegido por el rey Wamba para depositar unas reliquias de san Antolín que él mismo se había encargado de llevar allí a mediados del siglo VII. Cuando don Sancho fue a arrojar la lanza contra el animal, su brazo quedó totalmente paralizado. Es de esta manera que se dio cuenta de que estaba en un lugar sagrado. Prometió que si recuperaba la movilidad de su brazo, iba a hacer levantar una catedral con una cripta en la que pudieran reposar las reliquias del santo que encontró en el lugar.

Al fondo, la cabecera de la cripta es el lugar de culto más antiguo de la catedral, de época visigoda, pero a continuación encontraréis la ampliación protorrománica caracterizada por bóvedas de medio cañón.

En la estancia también veréis un pozo con agua milagrosa y una imagen de San Antolín, del siglo XVI.

Al salir de la cripta, id a izquierda. Al abrigo del coro, podréis ver el Cristo de las Batallas, imagen muy venerada en la ciudad y, en el pasado, de visita obligada para todo guerrero cristiano antes de partir para la guerra. También veréis dos puertas de madera de nogal: una que da acceso al coro y otra, al corredor alto.

El Cristo de las Batallas, del siglo XIV

A lo largo de la nave del Evangelio, en la pared norte de la catedral, ahora se ven 5 capillas funerarias, todas ellas de planta rectangular y embellecidas con retablos dorados. En el testero de esa misma nave y posterior a las otras, encontraréis la capilla de las Reliquias que, como su propio nombre indica, está destinada a albergar las reliquias de la catedral. Asimismo, recopila algunas piezas del tesoro del cabildo y obras artísticas de orfebrería.

Antes de volver al claustro, haced dos cosas: por un lado, alzad la vista y fijaos en las cubiertas del templo y, por otro lado, apreciad la portada en esviaje que da acceso al claustro. Sus puertas de madera, atribuidas a los discípulos de Alonso Berruguete, nos ilustran algunos episodios de la vida del patrón de la ciudad, nuestro ya conocido San Antolín.

Como podéis apreciar en esta última foto, justo al atravesar la portada al claustro, a mano derecha hay una minirrampa que os conducirá a la sala capitular donde en la actualidad se encuentra el Museo Catedralicio. Es muy pequeño pero es precioso. En sus paredes están colgados los majestusos tapices provenientes de Flandes y pertenecientes a la colección del obispo Fonseca, los retablos que Felipe de Vigarny realizó para el Retablo Mayor y varias pinturas magistrales como El Martirio de San Sebastián, de El Greco.

Después de haberos empapado de catedral, si os dirigís a la plaza de san Antolín y cogéis la calle Salvino Sierra, vais a dar con otro de los símbolos de la ciudad: Puentecillas, un puente de origen romano que, en épocas pasadas, servía para comunicar ambos lados de la ciudad.

Puentecillas

Crucé por el mítico puente y, como tengo un poco de alergia al sol, simplemente me di un paseo por el Sotillo de los Canónigos bajo la sombra de los numerosos arces que allí crecen. De todas maneras, en verano, existe otra opción muy aplaudida por los lugareños: tumbarse en los amplios prados de césped y tomar el sol. También se puede improvisar un picnic. Esto ya depende de los gustos de cada uno.

De puente a puente y seguí aunque no me llevara la corriente. Y es que tocaba el puente Mayor, construido en el siglo XVI. Este me conduciría a la dársena donde todavía se conservan aparatos que en los siglos XIX y XX hacían más fácil las maniobras, el amarre, la carga o la descarga de las barcazas.

Aparato de maniobra en la dársena

Para mi paseo, salí desde el margen izquierdo y seguí el caminito marcado hasta la bifurcación del canal. Allí, me desvié hacia la izquierda para coger el paseo Padre Faustino Calvo, a la altura del puente. Una vez cruzado este, giré de nuevo a la izquierda y seguí todo recto hasta llegar a las esclusas de Viñalta, una obra de ingeniería digna de mención. Desde ese punto, lo que hice fue deshacer el camino hecho pero pasando por el otro margen del canal hasta llegar de nuevo a la dársena. El paseo en este tramo del canal de Castilla es muy agradable, siempre vais a caminar rodeados de naturaleza y, si hacéis el camino que hice yo, no os va a tomar más de una hora.

Yo no pude hacerlo por falta de tiempo pero, si tenéis un día a disposición y os gusta el senderismo, sabed que existe el Camino Natural del Tren Secundario de Castilla, una ruta proyectada sobre el antiguo trazado ferroviario del tren burra (con este nombre, ya os podéis imaginar a qué velocidades iba el pobre). El recorrido tiene casi 30 kilómetros y pasa por extensos campos de cereales, esclusas y diferentes poblaciones en las que disfrutar de sus encantadoras iglesias.

Después del paseo, volví al otro lado del Carrión para ver dos iglesias más. La primera, la iglesia de Nuestra Señora de la Calle, tiene una fachada muy sobria pero, dentro, es muy recogida y alberga un retablo mayor precioso, hecho de madera, de estilo barroco si bien ya tiene influencia rococó. En él se representan varios santos de la orden jesuita como por ejemplo san Ignacio de Loyola (que en su mano lleva el libro de la fundación de la orden) o san Francisco Javier. A pesar de que dichos santos son de ciertas dimensiones, cualquiera que mire el retablo, en lo primero que se fijará, probablemente, será en la figura pequeñísima de la patrona de la ciudad, La Morenilla. Está apoyada sobre cuatro ángeles y, alrededor de ella, luce una corona milagrosa del burgalés Maese Calvo.

Como ya sabemos, los palentinos tienen leyenda para todo. Por esto, sería prácticamente imposible que no hubiera una sobre la figura más querida y venerada de la ciudad. En este caso, lo que pasó fue que un panadero, poco amigo de la religión, un día estaba preparando su horno con la leña pero se dio cuenta de que uno de los troncos que no prendía de ningua de las maneras. Furioso, lo tiró por la ventana y, cuando este cayó, aparte de crear un terrible estruendo, formó la imagen de la virgen que dijo: «como a la calle me tiras, de la calle me llamaré». El señor, al no ser religioso, se asustó un montón y, por consejo de su mujer, decidió dejarla donde la podemos apreciar hoy.

Cuando he dicho que la virgen se llama La Morenilla, no sé si os habrá llamado la atención el nombre. A mí si que me sorprendió un poco pero el porqué de tal nombre también nos lo da la leyenda. Se ve que la piel de la virgen no tiene el color usual por la chamusquina que dejaron los troncos que quemaban junto al tronco del que surgió la virgen.

Es muy original la leyenda, ¿verdad?

Iglesia de Nuestra Señora de la Calle

El otro templo, la iglesia de san Miguel, está situada en lo que antes fue la judería de la ciudad. Es de estilo románico tardío y choca mucho porque tiene una torre que parece la de un castillo.

Iglesia de san Miguel

Por fuera, es preciosa y, por dentro, merece la pena dar una vuelta, sobre todo para ver el Cristo de Medinaceli, talla que sale de paseo en la sentida Semana Santa.

Nuevo apunte legendario: fue en el templo sobre el que más tarde se erigió la actual iglesia de san Miguel donde se casó el Cid con doña Jimena.

Si vais a estas dos iglesias por la tarde, tened en cuenta que tienen unos horarios bastante restringidos. Ambas abren sus puertas a las 18.00 y las cierran a las 20.00.

Para terminar el día, me fui al parque Isla Dos Aguas, un lugar amplio y apacible por el que pasear. Tiene árboles grandes árbles antiguos y un lago en el que se pueden ver patos y ocas.

La verdad es que Palencia me pareció una ciudad preciosa, llena de historia y de leyendas, con mucho que ofrecer y pequeños detalles que te sacan una sonrisa. Yo logré captar los tres que os pongo en las fotos de abajo y os reto a que los encontréis. Dificultad: media.

Qué ver y hacer en Cavaillon

Un patrimoine remarquable aux portes du Luberon

Vistas de Cavaillon y sus alrededores

Cavaillon, además de ser la capital francesa del melón, posee un patrimonio excepcional fruto de su pasado y de su ubicación privilegiada, entre Aviñón y Aix-en-Provence. Por ello, merece la pena dedicar media jornada a pasearse por las calles y entrar en los lugares más emblemáticos de esta pequeña pero interesante ciudad.

Para empezar la jornada con energía, desayunamos en la Pâtisserie Maison Jarry. Nos sentamos en la terraza, que es muy cómoda y agradable, y nos pedimos dos pastas y dos capuchinos. 10 euros. Si decidís sentaros dentro, vais a ver que el local es muy cálido, con una decoración muy original y, lo más importante… ¡unos productos de óptima calidad! Sobre todo destacan las tartas caseras, los helados y el chocolate.

Como ese día iba a hacer mucho calor, decidimos ir primero a la chapelle Saint-Jacques que se encuentra en lo alto de una colina con el mismo nombre. La subida, de una media hora de duración, empieza en Monté César de Bus, justo al lado de la oficina de turismo.

La colina es bonita, está llena de pinos y diversas plantas y, a medida que vas subiendo, vas descubriendo todo lo que rodea a la ciudad: el mont Ventoux, el Grand Luberon, la Durance o el massif des Apilles. Ya solo por las vistas, merece la pena subir.

Dominando Cavaillon y rodeada de cipreses, está la chapelle Saint-Jacques, representativa del arte románico provenzal. El edificio original data del siglo XII pero tanto el interior como el exterior presentan un conjunto abigarrado de estilos fruto de las numerosas reconstrucciones en el tiempo. Esta mezcla de estilos, por lo menos la del exterior, estáis obligados a verla porque, básicamente, la entrada principal está en la parte de atrás y tenéis que dar la vuelta a todo el edificio. ¡Por cierto! Si llegáis arriba con mucha sed y no lleváis cantimplora, que sepáis que en la parte de fuera del recinto, en el lateral izquierdo, hay una fuente.

Deshaciendo el camino, volvimos a la oficina de turismo desde donde se puede ver el arc romain, de principios del siglo I d.C. El emplazamiento original de este arco del triunfo era al sur de la catedral pero, a finales del siglo XIX, fue trasladado piedra por piedra al lugar en el que lo encontramos hoy en día: en uno de los extremos de la place du Clos que, antiguamente, era el epicentro del comercio local de fruta y verdura.

Aunque la mayoría de gente mire el arco desde lejos, os reomiendo que os acerquéis porque es chulo, está ricamente decorado con coronas de laurel, flores o pájaros.

Arc romain

Después, pasamos por el Hotel d’Agar, una antigua morada de la aristocracia de la ciudad que ahora alberga un museo privado. Para entrar, se tiene que reservar obligatoriamente al número de teléfono o al módulo que os indico aquí. Cuesta 8 euros y el precio incluye una visita guiada que puede ser en diferentes horas: a las 10.30, a las 14 o a las 16. De esto me enteré después. Si lo hubiera sabido, habría entrado ni que fuera solo para ver sus techos pintados y su jardín, el único de Francia que ha conservado esta función durante más de dos mil años.

A pocos metros, vimos la cathédrale Notre-Dame et Saint-Véran, construida en tres etapas: en el siglo XII, en el XIV y en el XVI. A pesar de que su fachada es muy austera, tiene un interior muy ornamentado, de gran interés histórico. Dentro, destacan el coro, los muebles, los cuadros de Mignard, las numerosas pequeñas capillas y, por supuesto, el clautro, pequeño pero lleno de encanto.

De las capillas, la que me parece de mayor interés es la dedicada a san Verano, obispo de Cavaillon y patrón de los pastores. El altar que, por cierto, es el antiguo altar mayor de la catedral, está acompañado por un retablo de madera dorada que enmarca un cuadro de Mignard llamado Saint Véran et le dragon. Deteneos a mirarlo puesto que, de alguna manera, explica la leyenda sobre Verano. Se ve que los habitantes de Fontaine de Vaucluse, un pueblo a unos 10 km de Cavaillon, vivían atemorizados por la presencia de un dragón en la zona. Un día, el gran Verano consiguió capturarlo, lo encarceló en los Alpes y lo domesticó. A mí, que soy catalana, esta historia me recuerda un poco a la de Sant Jordi, bastante menos sangrienta, claro. Y, ¿qué se esconde detrás de todo esto? Fácil: la captura del dragón simboliza la victoria del cristianismo sobre diferentes creencias politeistas.

Y tras este apunte cultural, solo me falta decir que, de todo el complejo, lo que merece más la pena es el claustro románico. Se encuentra contiguo a la catedral aunque en el pasado comunicaba dos iglesias. Una de ellas desapareció en el siglo XVIII (la otra es la catedral que podemos ver hoy en día), pero todavía se pueden apreciar tres de sus arcos, al fondo del claustro.

En el centro, vais a ver una columna con un hermoso capitel que sostiene una cruz muy finita. algo oxidada, y es que este lugar de silencio alberga tumbas de algunos altos dignatarios como la de Rostaing Belinger, obispo de Cavaillon en el siglo XIII.

Cuando salgáis del claustro, en el lateral que da a la place Joseph d’Arbaud, no os olvidéis de mirar un último detalle: el reloj de sol, de 1764, que evoca a Cronos, dios del tiempo y del destino tanto en la mitología griega como romana.

Siguiendo por la rue Bert, se llega a lo que fuera la calle judía. Allí se puede visitar la sinagoga. Solo se puede entrar con las visitas guiadas que se distribuyen a lo largo de la mañana y de la tarde. En verano son a las 9.30, a las 10.30, a las 11.30, a las 14.00, a las 15.00, a las 16.00 y a las 17.00. En invierno, en cambio, a las 10.00, a las 11.00, a las 14.00, a las 15.00 y a las 16.00. El precio es de 5 euros (la entrada también incluye el pase al Musée archéologique de l’hôtel-Dieu, abierto solo por las tardes, de 14.00 a 18.00). La guía es muy maja pero todo en esta vida tiene una pega: explica en francés. Si no pillas lo que dice, le puedes preguntar un resumen al momento en inglés pero, claro, sabe mal estarla interrumpiendo constantemente. Os cuento algunos datos interesantes relacionados con los judíos y la sinagoga: como sabréis, a partir de finales del siglo XIII, los judíos fueron expulsados de muchos territorios (en España, más tarde, en 1492) pero encontraron un lugar acogedor primero en el condado Venesino y, después, en Aviñón. Los papas los protegieron, de ahí que a los judíos de las zona se les conociera con el nombre de «los judíos del Papa». De todas maneras, no se trataba de una protección sin condiciones: tenían que vivir en calles angostas llamadas carrières; los hombres tenían que llevar un sombrero identificativo de color amarillo y, las mujeres, una cinta, también amarilla; solo podían desempeñar algunos oficios como el de prestamista y solo podían vivir en cuatro ciudades: Aviñón, Carpentras, Isle-sur-la-Sorgue y Cavaillon. Básicamente, los papas los consideraban «testigos elegidos». Los judíos servían para mostrar qué pasaba si se rechazaba formar parte de la gran comunidad cristiana.

La sinagoga tiene dos pisos: el de arriba, para que rezaran los hombres y, el de abajo, para que rezaran las mujeres. Es muy pequeñita pero en ella llegaron a caber unas 200 personas. Su arquitectura y decoración son preciosas: abunda el oro, sobre todo en los puntos más importantes. En la parte de abajo hay una pequeña colección de objetos relacionados con la vida judía en siglos pasados pero, quizás, el detalle que más llama la atención es la sillita que se encuentra en lo alto de una de las paredes de la sinagoga, encima de una consola en forma de nubes. Se trata de la representación simbólica del profeta Elías cuya derecho es estar en una posición elevada, cerca del tabernáculo.

La visita a esta parte principal dura unos 20 minutos. Después, se pasa por una puerta lateral que da a una sala del siglo XV en la que se amasaba y se horneaba el pan para la Pésaj (la Semana Santa hebrea). En la actualidad, también se exhiben algunas lápidas que se pudieron rescatar del antiguo cementerio judío.

Lápidas del ya desaparecido cementerio judío

Nosotros tuvimos la suerte de estar en Cavaillon el primer fin de semana de julio por lo que pudimos presenciar la fiesta del melón que, por cierto, es muy colorida y bonita. A lo largo del día, en la place Fernand Lombard, hubo degustación de melones, aperitivos populares, exhibiciones culinarias, música y, además, se podían ver diferentes animales de granja (burros, cabras, ponies, vacas, gallinas, etc). Por otro lado, en el Hôtel de Ville, hicieron una exposición con grandes fotos de mediados del siglo pasado y herramientas de campo.

Si os tuvierais que alojar en Cavaillon como nos pasó a nosotros, os aconsejo esta casita. La propietaria solo habla francés pero el alojamiento es muy cómodo, con todo lo necesario y algún que otro detalle para los huéspedes. Tiene un pequeño jardín y espacio para dejar el coche.

Otras dos opciones gratuitas para dejar el coche son: el parking François Tourel (en las plazas centrales) y la avenue du Cagnard (a diferentes alturas).

Qué ver y hacer en Cúneo

«Sono un uomo di mondo, ho fatto tre anni di militare a Cuneo» – Totò

Gigantografía de Totò en la Piazza Torino

Cúneo, cuyo nombre hace referencia a su forma de cuña, es una majestuosa ciudad piamontesa en la que se respira aire de montaña y una buena dosis de historia rebelde.

Vale la pena estar en la ciudad un día pero, si no os fuera posible, os recomiendo que vayáis a partir de las 15.00 ya que la mayor parte de las atracciones turísticas abren solo por la tarde.

Si sois de los que tenéis algo más de tiempo como yo, lo mejor es empezar el día en la cafetería/pastelería Ansaldi situada en una esquina del antiguo barrio judío del que luego os hablaré. El lugar es pequeñito pero es acogedor y tiene una terraza muy agradable. Los capuchinos son deliciosos y la torta de avellanas (en italiano torta soffice alla nocciola), también. Pensad que Cúneo es tierra de avellanos y cualquier plato en el que se utilicen sus frutos sale con un sabor muy intenso y auténtico.

La visita de la ciudad se puede empezar en la punta de su cuña, es decir, en la piazza Torino donde, sobre todo, destaca la gigantografía de Totò, comediante napolitano que con su cita sobre la mili en Cúneo hizo que la ciudad fuera un poco más conocida.

Desde esta plaza sale la via Roma, la principal arteria de la ciudad. Es una calle porticada larguísima con unos arcos que, al inicio, son bajitos y oscuros pero, a medida que se va avanzando, se hacen más anchos y tienen un color más claro. Esto no es más que el testimonio del paso del tiempo.

A pocos metros de la plaza Torino, a mano izquierda, está la chiesa di Sant’Ambrogio que es uno de los edificios arquitetónicos más bonitos de la ciudad. Es curioso cuando menos que la iglesia lleve el nombre del patrón de Milán pero se ve que es así en recuerdo de la ayuda que prestaron los milaneses a los primeros habitantes de Cúneo. El edificio barroco impone y, en su interior, alberga un pesebre artesanal la mar de bonito por lo que su visita está más que justificada.

Si os gustan las iglesias, entre las calles Santa Maria y Figli Vaschetto, hay dos más, ambas representativas del barroco piamontés: la chiesa Santa Maria della Pieve y la chiesa di Santa Croce. La primera tiene un interior ricamente decorado. En la segunda, llama poderosamente la atención su fachada que es cóncava, con estuco y frescos.

Detalle del interior de la chiesa Santa Maria
Fachada de la chiesa di Santa Croce

Después de ver estas cositas, me dirigí a la Torre Civica que, con sus algo más de 50 metros de altura, es el lugar más alto desde el que se pueden admirar la ciudad y sus alrededores. Por desgracia, no pude entrar porque la torre tiene unos horarios muy especialitos. El día que yo fui, por ejemplo, estaba abierta pero solo para escolares. En la puerta, siempre hay un calendario con colorines para que uno se aclare y sepa cuándo puede entrar y cuándo no. De todas maneras, os voy adelantando trabajo y aquí os dejo los horarios hasta finales de este año. La información está en italiano pero es muy intuitiva.

Al dejar atrás la torre, si giramos en la primera calle a la izquierda, nos encontraremos en una de las calles más bellas de Cúneo: la Contrada Mondoví. Es de la época medieval y, antiguamente, formaba parte del barrio judío. Lo más característico son los pórticos y arcos góticos que la flanquean, las casitas pintadas en tonos pastel y las tiendas de antigüedades. Asimismo, también se encuentran la sinagoga y la chiesa di San Sebastiano. La calle es corta pero tomaos tiempo para fijaros en pequeños detalles porque son una delicia.

Volví a la via Roma. Si antes os hablaba de sus arcos, no podía no mencionar los edificios que desfilan a lo largo de esta. Con la recalificación que se ha llevado a cabo, ahora las fachadas de los edificios y sus decoraciones deslumbran al visitante. Cabe decir que cada una de las casas tiene un cartelito delante con su historia y las fotos del antes y después de la reconstrucción por lo que uno se puede empapar de información sobre el desarrollo del corazón del casco antiguo.

Ya casi al final de esta entretenida calle está la imponente cattedrale di Santa Maria del Bosco, construida sobre una primitiva iglesia que data de la época medieval. Y, más o menos a la misma altura que la catedral pero al otro lado de la calle, merece una rápida visita la piazza Boves que, gracias a un proyecto de regeneración urbana en el que se ha fomentado el arte callejero, se ha convertido en un indudable atractivo turístico.

Sin desviarme ya más de la Via Roma, llegué a la Piazza Galimberti, una de las plazas más grandes que he visto en mi vida, alucinante. Se ve que, en un principio, tenía que ser la mitad de lo que actualmente es pero, como en el siglo XIX el comercio de la seda en la pequeña ciudad iba viento en popa, se animaron y decidieron hacerla el doble de grande. Lleva este nombre en honor a Duccio Galimberti, héroe de la Resistencia partisana. Su casa, que ahora es un museo, está en el lado oeste de la misma plaza y se puede visitar. Se encuentra en el segundo piso del edificio Osasco y siempre te acompaña un guía. Lo mejor: es gratis. Lo peor: los horarios. Solo está abierto los fines de semana y los festivos, con entrada a las 15.30 y a las 17.

Por cuestiones de karma o lo que sea, así como no pude ver la Torre Civica, el Museo Casa Galimberti ese día tenía apertura extraordinaria a las 11.30 y lo visité. Fue toda una suerte porque no había nadie más y tuve al guía para mí solita. Sinceramente, no conocía la figura de Duccio pero me parece muy interesante y, sobre todo, muy admirable. A pesar de ser hijo de un fascista convencido, luchó hasta su último día para expulsar de Italia a los alemanes y a los fascistas y llevar de nuevo la libertad a su país natal. No vio cumplido su sueño en vida pero, sin duda alguna, fue una pieza clave en la lucha por la liberación nacional.

Recomiendo la visita puesto que es la mejor manera de conocer de cerca algo más sobre la historia italiana. El guía explica bien y la casa, además de tener una biblioteca testimonio de la cultura de la familia Galimberti y de toda una época, cuenta con una bonita colección de cuadros de Lorenzo Delleani, Matteo Olivero o Giacomo Grosso.

Interior del Museo Casa Galimberti

Al ser viernes, había mercado justo en la parte de atrás de la casa de la familia Galimberti. El meollo, concretamente, está en la Piazza Seminario pero se extiende por las calles que la rodean. El mercado es muy colorido y se pueden encontrar productos de buena calidad.

Tras este recorrido mañanero, el hambre ya iba haciendo mella por lo que me puse a buscar un buen restaurante. La verdad es que, para lo pequeñita que es la ciudad, hay un gran número de locales y la elección se puede convertir en algo un tanto complicado. Al final me decidí por la Osteria della Chiocciola que literalmente significa «la tasca del caracol». Es un lugar espacioso, de dos plantas: en la de abajo, hay una bodega con una buena selección de vinos y, en la de ariba, el comedor, muy espacioso y con un ambiente muy agradable. Los platos que proponen son del territorio, muy sabrosos pero algo caretes. Yo, que de entrante pedí berenjena rellena con tomate, pesto y queso mantecoso de Roccaverano, de segundo, conejo deshuesado al ajillo y, para beber, un agua, pagué 3o euros.

Nota que podría ser útil para los que viajan con sus mejores amigos no humanos: admiten perros.

Para digerir lo comido, me fui a dar un paseo algo alejado del centro. Si se coge el viale degli Angeli, que es una avenida muy agradable, arbolada y con algunas villas muy monas, en un cuarto de hora, se llega al parco de la Resistenza que destaca sobre todo por el gigante monumento alla Resistenza que colocaron allí en 1969 en memoria de los partisanos caídos. Es una obra de bronce, muy poco convencional.

Monumento alla Resistenza

Si se prosigue durante unos cuarenta minutos más, se llega al Santuario della Madonna degli Angeli donde se encuentran los restos del protector de la ciudad, Angelo Carletti da Chivasso y, en la Cappella dell’Immacolata, el mausoleo de la familia Galimberti.

Justo en frente del santuario hay un pequeño jardín desde el que se puede disfrutar de unas vistas estupendas del torrente Geso y de las montañas que rodean la ciudad. Además, si a alguien le apetece hacer senderismo, desde esa zona salen algunos senderos como por ejemplo el que va a Borgo San Dalmazzo, a 6 kilómetros de la localidad.

Por cuestiones de tiempo, yo no salí de Cúneo porque si no, no me hubiera dando tiempo de volver pero, si alguien se anima y quiere compartir la experiencia, ¡ya sabe!

De vuelta al centro, más concretamente en Corso Nizza, me quise despedir de Cúneo tomándome un helado en la ya tradicional Bar Gelateria Corso. Tienen una gran variedad de sabores y el que probé, el de avellana, estaba más que rico. Siempre está a reventar ergo paciencia.

«A Sonzino sol Chermonese» – Leonardo da Vinci

A apenas una hora de Milán, en la provincia de Cremona, se encuentra el burgo medieval de Soncino, un lugar apacible en el que pasar un domingo.

Nosotros llegamos en coche y no tuvimos ningún problema: se puede aparcar en cualquier lugar. ¡Quizás lo más difícil fue encontrar un aparcamiento a la sombra!

Varias son las iglesias que te puedes ir encontrado a lo largo de un paseo pero, a mi parecer, la más bonita es la Pieve di Santa Maria Assunta, resultado de diferentes modificaciones a lo largo de la historia.

Fachada de la Pieve di Santa Maria Assunta

El interior, que fue restaurado y ampliado después del terremoto de 1802, es una pasada. Es de estilo neogótico. En los arcos del cimborrio. en medallones dorados y como si fueran mosaicos, se ven diversos personajes religiosos que te invitan a admirar el cielo estrellado de la cúpula.

Para comer, nos decidimos por el restaurante Antica Rocca que es uno de los establecimientos históricos del burgo. Dentro se está muy fresquito y el ambiente es agradable, con espacio entre las mesas, algo que se agradece para no estar obligado a escuchar lo que dicen los vecinos.

La carta no es muy extensa pero los platos que probamos estaban riquísimos. De primero, cogimos pasta con ragú de conejo y avellanas y, de segundo, unos caracoles enormes a la borgoña (con mantequilla, perejil y almendra molida) y un trocito de carne de faisán. Para beber, agua. Precio final: 52 euros. Lo dicho: bueno y bonito pero no baratísimo.

Con el estómago medio lleno, nos fuimos a ver la joya de la corona: la Rocca Sforzesca que es una fortaleza de finales del siglo XV. Fuera del recinto está la billeteria y allí se puede comprar la entrada por 5 euros. Dos puntos positivos: el billete incluye la entrada a otras dos atracciones turísticas (la Sala di Vita Medioevale y el Museo della Stampa) y los perros pueden entrar en los tres lugares.

La Rocca desde la calle Damiano Chiesa

Una vez cruzado el revellín, se puede acceder a las torres y a las diferentes estancias de la fortaleza. Una de las torres más misteriosas es la torre cilíndrica ya que siempre se ha hablado de la existencia de una habitación del tesoro en su interior. Si no se demuestra lo contrario, puede ser que así sea pero me da que la utilizaban para algo más funcional y menos fantasioso.

La torre cilíndrica desde la capilla

La Rocca Sforzesca también cuenta con un puente levadizo de gran valor puesto que en Italia solo quedan 7 de este tipo. El puente lleva a un pequeño patio que, a su vez, da a otro patio con un pozo y espacio para diferentes eventos culturales.

Puente levadizo

La visita no se hace nada pesada puesto que a lo largo del recorrido hay paneles con la información esencial (¡nada de parrafadas que no se lee ni el tato!). Simplemente aparece una breve explicación del lugar en en que nos encontramos y una descripción de los elementos especiales de la estructura. Asimismo, hay un apartado en el que se pueden leer curiosidades, leyendas e historias de personajes relacionados con la fortaleza. Algunas resultan realmente intersantes y, si el turista quiere profundizar en algo, tiene a disposición un QR que lo lleva a la página web indicada.

Las vistas desde la fortaleza son guays. Merece la pena subirse a las torres para ver desde lo alto el burgo y los campos de heno circundantes. Muy bucólico todo.

Al salir de la fortaleza, caminamos unos 10 minutos hasta llegar a la calle Francesco Galantino donde está la Chiesa di Santa Maria delle Grazie, una iglesia que está fuera de la muralla, en medio de los campos, en una zona algo agreste. Desde fuera no parece gran cosa puesto que la fachada está hecha de simples ladrillos pero en su interior contiene una grata sorpresa: un ciclo de frescos bellísimos de la escuela cremonesa que tapizan las 10 capillas, el altar, la contrafachada y el techo.

Chiesa di Santa Maria delle Grazie por dentro

En particular nos gustó el techo con decoraciones que imitan una pérgola a la que se asoman inocentes angelitos y querubines.

Detalle del techo de la iglesia

Cuando se sale de la iglesia merece la pena tomar la calle Borgo Sotto y bordear la parte sur del burgo ya que el paisaje es muy chulo. Por el camino se vuelven a ver campos de heno y algún que otro molino de agua que, en sus buenos tiempos, utilizaba la fuerza motriz hídrica para producir harina de cereales.

Campos de heno
Molino de agua

Volvimos a entrar en el burgo a través de la Porta San Giuseppe. Los lugareños dicen porta (puerta) porque desde siempre se ha dicho así pero no os esperéis encontrar ninguna puerta majestuosa de entrada con leones esculpidos en piedra y/o el escudo de alguna familia noble. Las antiguas puertas por las que se accedía al burgo, fueron demolidas en época austríaca, en el siglo XIX, y para recordar su presencia lo que se ha hecho es levantar unas columnas blancas en su lugar pero son bastante poco agraciadas por lo que no tiré ni fotos.

Y la cosa va de iglesias. Unos pasos más allá de la Porta San Giuseppe, en la calle IV Novembre, está la Chiesa di San Giacomo, una iglesia del convento de los dominicos. Anteriormente había sido un hospicio para acoger a los peregrinos que querían visitar la tumba de San Giacomo, de ahí el nombre de la iglesia. En su interior, las obras más destacadas son: el grupo escultórico de terracota de la Lamentación sobre Cristo muerto situado en la capilla de la Virgen del Espasmo, algunas telas de Campi, Carminati e Il Sojaro que representan la gloria de los principales santos dominicos y, sin lugar a dudas, el altar mayor que salta a la vista por estar situado a una altura considerable. Parece ser que esto es así porque quisieron hacer una especie de cripta bajo el altar para guardar la reliquia de la Santa Espina.

Otra particularidad de esta iglesia es su campanario heptagonal, único en Italia. Parece una ilusión óptica pero la construcción está realmente inclinada a causa del terremoto de 1802. ¿Por qué los agustinianos decidieron hacer un campanario con siete paredes si era algo muy poco frecuente? Dos son las hipótesis: o querían representar los siete sacramentos o los siete puntos de la regla monástica de San Agustín.

Campanario heptagonal

Justo al lado del campanario, nos topamos con el claustro que formaba parte del exconvento dominico. Se accede a él por la plaza della Pieve y en una de las alas se encuentra la Sala di Vita Medioevale (¡acordaos de que no tenéis que volver a pagar si ya habéis comprado el billete combinado en la Rocca Sforzesca!). No es un lugar espectacular pero es lo suficiente interesante como para entreteneros unos 20 minutos. Las dos salas que hay están llenas de paneles que dan información sobre las ropas, las especias, la medicina, las armas, los juegos, etc. de la Edad Media. Una de las salas está enteramente dedicada al scriptorium.

Colores naturales que durante la Edad Media se usaban para escribir y pintar

Si no os interesa mucho todo lo relacionado con el papel, los pergaminos, la tinta o los tipos de letras, esta sala puede resultar algo aburrida pero os aconsejo que os leáis el panel de curiosidades que hay al fondo. Os cuento una relacionada con el signo de interrogación para que os entre el gusanillo de la curiosidad. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué el signo de interrogación que utilizamos en la actualidad tiene la forma que tiene? Su origen se remonta a la palabra latina quaestio que se abrevió a qo para indicar una pregunta. Con el paso del tiempo, la o se empezó a poner debajo de la q y la o cada vez se hizo más pequeñita hasta convertirse en un punto.

La sala está provista de pupitres así que, si vais con niños, los podéis sentar allí y les van a dar tinta y una pluma de oca para que escriban la inicial de su nombre como hacían los frailes dominicos en el pasado.

Después de esta visita, fuimos al Museo della Stampa, tercera y última atracción turística que se puede visitar con el billete combinado. Este museo, alojado en un edificio del siglo XIV, está situado en el noreste del burgo, en el barrio en el que tiempo atrás vivían los judíos y donde probablemente también se encontraban el cementerio y la sinagoga. Es un lugar especial porque allí la familia judía Da Spira, a finales del siglo XV, imprimió la primera Biblia judía completa con acentos y vocales. En la entrada siempre hay algún jovenzuelo majo que explica con todo lujo de detalles la vida y la profesión de los Da Spira, enseña la técnica de impresión y regala la hoja recién impresa (todo un detalle, oye).

En la planta baja, se puede ver algunas máquinas de imprenta manual que datan de principios del siglo pasado y en enormes cajones están colocados los diferentes caracteres hechos de madera y plomo y las letras del alfabeto hebreo. En la primera planta, se han recopilado los originales o las copias de los libros impresos por los Da Spira y hay algún que otro aparato que llama la atención como el molde para hostias.

Molde para hostias

Muy satisfechos con todo lo visto y aprendido, nos fuimos a tomar un granizado a la heladería Del Borgo. Está en la calle Borgo Sera, a pocos pasos de una de las puertas de acceso al burgo, la Porta San Rocco. Vale la pena pasarse por allí porque es una heladería de producción artesanal, tiene una gran cantidad de sabores de helados, los granizados de almendra y de limón están buenísimos y la propietaria es una mujer muy agradable.

A última hora de la tarde, fuimos al parque La Pedrera que está a unos cinco minutos en coche. Desde Soncino se coge la calle Brescia y el parque queda justo a la izquierda. Por el coche no os preocupéis porque hay espacio de sobra para aparcar.

En el parque se pueden hacer varias actividades. Las más populares son bañarse en el río Oglio, hacer barbacoas, montar en bici, jugar con la pelota o simplemente pasear. Nosotros nos decantamos por esta última opción. Me hubiera gustado bañarme porque hacía un calor insoportable pero es que las aguas del Oglio bajan con una fuerza considerable. Miedito.