Qué ver y hacer en Cavaillon

Un patrimoine remarquable aux portes du Luberon

Vistas de Cavaillon y sus alrededores

Cavaillon, además de ser la capital francesa del melón, posee un patrimonio excepcional fruto de su pasado y de su ubicación privilegiada, entre Aviñón y Aix-en-Provence. Por ello, merece la pena dedicar media jornada a pasearse por las calles y entrar en los lugares más emblemáticos de esta pequeña pero interesante ciudad.

Para empezar la jornada con energía, desayunamos en la Pâtisserie Maison Jarry. Nos sentamos en la terraza, que es muy cómoda y agradable, y nos pedimos dos pastas y dos capuchinos. 10 euros. Si decidís sentaros dentro, vais a ver que el local es muy cálido, con una decoración muy original y, lo más importante… ¡unos productos de óptima calidad! Sobre todo destacan las tartas caseras, los helados y el chocolate.

Como ese día iba a hacer mucho calor, decidimos ir primero a la chapelle Saint-Jacques que se encuentra en lo alto de una colina con el mismo nombre. La subida, de una media hora de duración, empieza en Monté César de Bus, justo al lado de la oficina de turismo.

La colina es bonita, está llena de pinos y diversas plantas y, a medida que vas subiendo, vas descubriendo todo lo que rodea a la ciudad: el mont Ventoux, el Grand Luberon, la Durance o el massif des Apilles. Ya solo por las vistas, merece la pena subir.

Dominando Cavaillon y rodeada de cipreses, está la chapelle Saint-Jacques, representativa del arte románico provenzal. El edificio original data del siglo XII pero tanto el interior como el exterior presentan un conjunto abigarrado de estilos fruto de las numerosas reconstrucciones en el tiempo. Esta mezcla de estilos, por lo menos la del exterior, estáis obligados a verla porque, básicamente, la entrada principal está en la parte de atrás y tenéis que dar la vuelta a todo el edificio. ¡Por cierto! Si llegáis arriba con mucha sed y no lleváis cantimplora, que sepáis que en la parte de fuera del recinto, en el lateral izquierdo, hay una fuente.

Deshaciendo el camino, volvimos a la oficina de turismo desde donde se puede ver el arc romain, de principios del siglo I d.C. El emplazamiento original de este arco del triunfo era al sur de la catedral pero, a finales del siglo XIX, fue trasladado piedra por piedra al lugar en el que lo encontramos hoy en día: en uno de los extremos de la place du Clos que, antiguamente, era el epicentro del comercio local de fruta y verdura.

Aunque la mayoría de gente mire el arco desde lejos, os reomiendo que os acerquéis porque es chulo, está ricamente decorado con coronas de laurel, flores o pájaros.

Arc romain

Después, pasamos por el Hotel d’Agar, una antigua morada de la aristocracia de la ciudad que ahora alberga un museo privado. Para entrar, se tiene que reservar obligatoriamente al número de teléfono o al módulo que os indico aquí. Cuesta 8 euros y el precio incluye una visita guiada que puede ser en diferentes horas: a las 10.30, a las 14 o a las 16. De esto me enteré después. Si lo hubiera sabido, habría entrado ni que fuera solo para ver sus techos pintados y su jardín, el único de Francia que ha conservado esta función durante más de dos mil años.

A pocos metros, vimos la cathédrale Notre-Dame et Saint-Véran, construida en tres etapas: en el siglo XII, en el XIV y en el XVI. A pesar de que su fachada es muy austera, tiene un interior muy ornamentado, de gran interés histórico. Dentro, destacan el coro, los muebles, los cuadros de Mignard, las numerosas pequeñas capillas y, por supuesto, el clautro, pequeño pero lleno de encanto.

De las capillas, la que me parece de mayor interés es la dedicada a san Verano, obispo de Cavaillon y patrón de los pastores. El altar que, por cierto, es el antiguo altar mayor de la catedral, está acompañado por un retablo de madera dorada que enmarca un cuadro de Mignard llamado Saint Véran et le dragon. Deteneos a mirarlo puesto que, de alguna manera, explica la leyenda sobre Verano. Se ve que los habitantes de Fontaine de Vaucluse, un pueblo a unos 10 km de Cavaillon, vivían atemorizados por la presencia de un dragón en la zona. Un día, el gran Verano consiguió capturarlo, lo encarceló en los Alpes y lo domesticó. A mí, que soy catalana, esta historia me recuerda un poco a la de Sant Jordi, bastante menos sangrienta, claro. Y, ¿qué se esconde detrás de todo esto? Fácil: la captura del dragón simboliza la victoria del cristianismo sobre diferentes creencias politeistas.

Y tras este apunte cultural, solo me falta decir que, de todo el complejo, lo que merece más la pena es el claustro románico. Se encuentra contiguo a la catedral aunque en el pasado comunicaba dos iglesias. Una de ellas desapareció en el siglo XVIII (la otra es la catedral que podemos ver hoy en día), pero todavía se pueden apreciar tres de sus arcos, al fondo del claustro.

En el centro, vais a ver una columna con un hermoso capitel que sostiene una cruz muy finita. algo oxidada, y es que este lugar de silencio alberga tumbas de algunos altos dignatarios como la de Rostaing Belinger, obispo de Cavaillon en el siglo XIII.

Cuando salgáis del claustro, en el lateral que da a la place Joseph d’Arbaud, no os olvidéis de mirar un último detalle: el reloj de sol, de 1764, que evoca a Cronos, dios del tiempo y del destino tanto en la mitología griega como romana.

Siguiendo por la rue Bert, se llega a lo que fuera la calle judía. Allí se puede visitar la sinagoga. Solo se puede entrar con las visitas guiadas que se distribuyen a lo largo de la mañana y de la tarde. En verano son a las 9.30, a las 10.30, a las 11.30, a las 14.00, a las 15.00, a las 16.00 y a las 17.00. En invierno, en cambio, a las 10.00, a las 11.00, a las 14.00, a las 15.00 y a las 16.00. El precio es de 5 euros (la entrada también incluye el pase al Musée archéologique de l’hôtel-Dieu, abierto solo por las tardes, de 14.00 a 18.00). La guía es muy maja pero todo en esta vida tiene una pega: explica en francés. Si no pillas lo que dice, le puedes preguntar un resumen al momento en inglés pero, claro, sabe mal estarla interrumpiendo constantemente. Os cuento algunos datos interesantes relacionados con los judíos y la sinagoga: como sabréis, a partir de finales del siglo XIII, los judíos fueron expulsados de muchos territorios (en España, más tarde, en 1492) pero encontraron un lugar acogedor primero en el condado Venesino y, después, en Aviñón. Los papas los protegieron, de ahí que a los judíos de las zona se les conociera con el nombre de «los judíos del Papa». De todas maneras, no se trataba de una protección sin condiciones: tenían que vivir en calles angostas llamadas carrières; los hombres tenían que llevar un sombrero identificativo de color amarillo y, las mujeres, una cinta, también amarilla; solo podían desempeñar algunos oficios como el de prestamista y solo podían vivir en cuatro ciudades: Aviñón, Carpentras, Isle-sur-la-Sorgue y Cavaillon. Básicamente, los papas los consideraban «testigos elegidos». Los judíos servían para mostrar qué pasaba si se rechazaba formar parte de la gran comunidad cristiana.

La sinagoga tiene dos pisos: el de arriba, para que rezaran los hombres y, el de abajo, para que rezaran las mujeres. Es muy pequeñita pero en ella llegaron a caber unas 200 personas. Su arquitectura y decoración son preciosas: abunda el oro, sobre todo en los puntos más importantes. En la parte de abajo hay una pequeña colección de objetos relacionados con la vida judía en siglos pasados pero, quizás, el detalle que más llama la atención es la sillita que se encuentra en lo alto de una de las paredes de la sinagoga, encima de una consola en forma de nubes. Se trata de la representación simbólica del profeta Elías cuya derecho es estar en una posición elevada, cerca del tabernáculo.

La visita a esta parte principal dura unos 20 minutos. Después, se pasa por una puerta lateral que da a una sala del siglo XV en la que se amasaba y se horneaba el pan para la Pésaj (la Semana Santa hebrea). En la actualidad, también se exhiben algunas lápidas que se pudieron rescatar del antiguo cementerio judío.

Lápidas del ya desaparecido cementerio judío

Nosotros tuvimos la suerte de estar en Cavaillon el primer fin de semana de julio por lo que pudimos presenciar la fiesta del melón que, por cierto, es muy colorida y bonita. A lo largo del día, en la place Fernand Lombard, hubo degustación de melones, aperitivos populares, exhibiciones culinarias, música y, además, se podían ver diferentes animales de granja (burros, cabras, ponies, vacas, gallinas, etc). Por otro lado, en el Hôtel de Ville, hicieron una exposición con grandes fotos de mediados del siglo pasado y herramientas de campo.

Si os tuvierais que alojar en Cavaillon como nos pasó a nosotros, os aconsejo esta casita. La propietaria solo habla francés pero el alojamiento es muy cómodo, con todo lo necesario y algún que otro detalle para los huéspedes. Tiene un pequeño jardín y espacio para dejar el coche.

Otras dos opciones gratuitas para dejar el coche son: el parking François Tourel (en las plazas centrales) y la avenue du Cagnard (a diferentes alturas).