«Sono un uomo di mondo, ho fatto tre anni di militare a Cuneo» – Totò

Cúneo, cuyo nombre hace referencia a su forma de cuña, es una majestuosa ciudad piamontesa en la que se respira aire de montaña y una buena dosis de historia rebelde.
Vale la pena estar en la ciudad un día pero, si no os fuera posible, os recomiendo que vayáis a partir de las 15.00 ya que la mayor parte de las atracciones turísticas abren solo por la tarde.
Si sois de los que tenéis algo más de tiempo como yo, lo mejor es empezar el día en la cafetería/pastelería Ansaldi situada en una esquina del antiguo barrio judío del que luego os hablaré. El lugar es pequeñito pero es acogedor y tiene una terraza muy agradable. Los capuchinos son deliciosos y la torta de avellanas (en italiano torta soffice alla nocciola), también. Pensad que Cúneo es tierra de avellanos y cualquier plato en el que se utilicen sus frutos sale con un sabor muy intenso y auténtico.
La visita de la ciudad se puede empezar en la punta de su cuña, es decir, en la piazza Torino donde, sobre todo, destaca la gigantografía de Totò, comediante napolitano que con su cita sobre la mili en Cúneo hizo que la ciudad fuera un poco más conocida.
Desde esta plaza sale la via Roma, la principal arteria de la ciudad. Es una calle porticada larguísima con unos arcos que, al inicio, son bajitos y oscuros pero, a medida que se va avanzando, se hacen más anchos y tienen un color más claro. Esto no es más que el testimonio del paso del tiempo.
A pocos metros de la plaza Torino, a mano izquierda, está la chiesa di Sant’Ambrogio que es uno de los edificios arquitetónicos más bonitos de la ciudad. Es curioso cuando menos que la iglesia lleve el nombre del patrón de Milán pero se ve que es así en recuerdo de la ayuda que prestaron los milaneses a los primeros habitantes de Cúneo. El edificio barroco impone y, en su interior, alberga un pesebre artesanal la mar de bonito por lo que su visita está más que justificada.


Si os gustan las iglesias, entre las calles Santa Maria y Figli Vaschetto, hay dos más, ambas representativas del barroco piamontés: la chiesa Santa Maria della Pieve y la chiesa di Santa Croce. La primera tiene un interior ricamente decorado. En la segunda, llama poderosamente la atención su fachada que es cóncava, con estuco y frescos.


Después de ver estas cositas, me dirigí a la Torre Civica que, con sus algo más de 50 metros de altura, es el lugar más alto desde el que se pueden admirar la ciudad y sus alrededores. Por desgracia, no pude entrar porque la torre tiene unos horarios muy especialitos. El día que yo fui, por ejemplo, estaba abierta pero solo para escolares. En la puerta, siempre hay un calendario con colorines para que uno se aclare y sepa cuándo puede entrar y cuándo no. De todas maneras, os voy adelantando trabajo y aquí os dejo los horarios hasta finales de este año. La información está en italiano pero es muy intuitiva.
Al dejar atrás la torre, si giramos en la primera calle a la izquierda, nos encontraremos en una de las calles más bellas de Cúneo: la Contrada Mondoví. Es de la época medieval y, antiguamente, formaba parte del barrio judío. Lo más característico son los pórticos y arcos góticos que la flanquean, las casitas pintadas en tonos pastel y las tiendas de antigüedades. Asimismo, también se encuentran la sinagoga y la chiesa di San Sebastiano. La calle es corta pero tomaos tiempo para fijaros en pequeños detalles porque son una delicia.




Volví a la via Roma. Si antes os hablaba de sus arcos, no podía no mencionar los edificios que desfilan a lo largo de esta. Con la recalificación que se ha llevado a cabo, ahora las fachadas de los edificios y sus decoraciones deslumbran al visitante. Cabe decir que cada una de las casas tiene un cartelito delante con su historia y las fotos del antes y después de la reconstrucción por lo que uno se puede empapar de información sobre el desarrollo del corazón del casco antiguo.






Ya casi al final de esta entretenida calle está la imponente cattedrale di Santa Maria del Bosco, construida sobre una primitiva iglesia que data de la época medieval. Y, más o menos a la misma altura que la catedral pero al otro lado de la calle, merece una rápida visita la piazza Boves que, gracias a un proyecto de regeneración urbana en el que se ha fomentado el arte callejero, se ha convertido en un indudable atractivo turístico.





Sin desviarme ya más de la Via Roma, llegué a la Piazza Galimberti, una de las plazas más grandes que he visto en mi vida, alucinante. Se ve que, en un principio, tenía que ser la mitad de lo que actualmente es pero, como en el siglo XIX el comercio de la seda en la pequeña ciudad iba viento en popa, se animaron y decidieron hacerla el doble de grande. Lleva este nombre en honor a Duccio Galimberti, héroe de la Resistencia partisana. Su casa, que ahora es un museo, está en el lado oeste de la misma plaza y se puede visitar. Se encuentra en el segundo piso del edificio Osasco y siempre te acompaña un guía. Lo mejor: es gratis. Lo peor: los horarios. Solo está abierto los fines de semana y los festivos, con entrada a las 15.30 y a las 17.
Por cuestiones de karma o lo que sea, así como no pude ver la Torre Civica, el Museo Casa Galimberti ese día tenía apertura extraordinaria a las 11.30 y lo visité. Fue toda una suerte porque no había nadie más y tuve al guía para mí solita. Sinceramente, no conocía la figura de Duccio pero me parece muy interesante y, sobre todo, muy admirable. A pesar de ser hijo de un fascista convencido, luchó hasta su último día para expulsar de Italia a los alemanes y a los fascistas y llevar de nuevo la libertad a su país natal. No vio cumplido su sueño en vida pero, sin duda alguna, fue una pieza clave en la lucha por la liberación nacional.
Recomiendo la visita puesto que es la mejor manera de conocer de cerca algo más sobre la historia italiana. El guía explica bien y la casa, además de tener una biblioteca testimonio de la cultura de la familia Galimberti y de toda una época, cuenta con una bonita colección de cuadros de Lorenzo Delleani, Matteo Olivero o Giacomo Grosso.

Al ser viernes, había mercado justo en la parte de atrás de la casa de la familia Galimberti. El meollo, concretamente, está en la Piazza Seminario pero se extiende por las calles que la rodean. El mercado es muy colorido y se pueden encontrar productos de buena calidad.



Tras este recorrido mañanero, el hambre ya iba haciendo mella por lo que me puse a buscar un buen restaurante. La verdad es que, para lo pequeñita que es la ciudad, hay un gran número de locales y la elección se puede convertir en algo un tanto complicado. Al final me decidí por la Osteria della Chiocciola que literalmente significa «la tasca del caracol». Es un lugar espacioso, de dos plantas: en la de abajo, hay una bodega con una buena selección de vinos y, en la de ariba, el comedor, muy espacioso y con un ambiente muy agradable. Los platos que proponen son del territorio, muy sabrosos pero algo caretes. Yo, que de entrante pedí berenjena rellena con tomate, pesto y queso mantecoso de Roccaverano, de segundo, conejo deshuesado al ajillo y, para beber, un agua, pagué 3o euros.
Nota que podría ser útil para los que viajan con sus mejores amigos no humanos: admiten perros.


Para digerir lo comido, me fui a dar un paseo algo alejado del centro. Si se coge el viale degli Angeli, que es una avenida muy agradable, arbolada y con algunas villas muy monas, en un cuarto de hora, se llega al parco de la Resistenza que destaca sobre todo por el gigante monumento alla Resistenza que colocaron allí en 1969 en memoria de los partisanos caídos. Es una obra de bronce, muy poco convencional.

Si se prosigue durante unos cuarenta minutos más, se llega al Santuario della Madonna degli Angeli donde se encuentran los restos del protector de la ciudad, Angelo Carletti da Chivasso y, en la Cappella dell’Immacolata, el mausoleo de la familia Galimberti.
Justo en frente del santuario hay un pequeño jardín desde el que se puede disfrutar de unas vistas estupendas del torrente Geso y de las montañas que rodean la ciudad. Además, si a alguien le apetece hacer senderismo, desde esa zona salen algunos senderos como por ejemplo el que va a Borgo San Dalmazzo, a 6 kilómetros de la localidad.
Por cuestiones de tiempo, yo no salí de Cúneo porque si no, no me hubiera dando tiempo de volver pero, si alguien se anima y quiere compartir la experiencia, ¡ya sabe!
De vuelta al centro, más concretamente en Corso Nizza, me quise despedir de Cúneo tomándome un helado en la ya tradicional Bar Gelateria Corso. Tienen una gran variedad de sabores y el que probé, el de avellana, estaba más que rico. Siempre está a reventar ergo paciencia.