Qué ver y hacer en Palencia en 2 días

Palencia, la bella desconocida

El Cristo del Otero

La ciudad de Palencia, a pesar de sus reducidas dimensiones, tiene mucho que ofrecer. Su visita fue una grata sorpresa por lo que el lema de la bella desconocida, indiscutiblemente, se lo ha ganado a pulso. Esta tierra de la meseta septentrional española maravilla por su arquitectura, su naturaleza y sus gentes.

Si no eres de Palencia y sabes poco (o nada) sobre la ciudad, una de las cosas que más te chocan al pasearte por sus calles es la gran cantidad de esculturas ¿Por qué a los palentinos les gustan tanto? La respuesta tiene nombre y apellido: por Victorio Macho, otro gran desconocido.

Para entender mejor el alma de la ciudad, os aconsejo que, antes de nada, visitéis uno de sus símbolos, el Cristo del Otero. No os va a resultar difícil encontrarlo, pues se ve desde cualquier punto de la ciudad, protegiéndola. Se tarda una media hora en llegar. Yo, en concreto, cogí la avenida Campos Góticos (al final de la cual están los graffitis que participaron en el II Concurso de Graffitis «Ciudad de Palencia»), pasé por la avenida de los Derechos Humanos (hasta la rotonda), hice un pedacito de la carretera que va hacia Santander y ya después me desvié a la izquierda, en la calle del Cerro.

Obra ganadora del II concurso de graffitis «Ciudad de Palencia», en la avenida Campos Góticos, de camino al Cristo del Otero

Antes de llegar al Cristo, vais a ver la ermita de santo Toribio. Es muy pequeñita y parece insignificante pero, curiosamente, está relacionada con una de las romerías que todavía se hacen hoy en día: la romería de santo Toribio. Según una viejísima historia popular, en el año 447, el obispo Toribio se tuvo que refugiar en esa zona puesto que, al predicar contra las doctrinas de Prisciliano, fue apedreado por los palentinos. El pobre hombre estuvo rezando hasta que se produjo un evento catastrófico: el río Carrión se desbordó e inundó toda la ciudad. Los palentinos, también inundados pero de sentimiento de culpabilidad, dedujeron que tal circunstancia se debía a lo mal que se lo habían hecho pasar a Toribio y, arrepentidos, le pidieron perdón. De esta manera, las aguas del furioso Carrión volvieron a su cauce. Final feliz.

Para rememorar el martirio de santo Toribio, el domingo más próximo al 16 de abril de cada año, se celebra la Pedrea, una fiesta con nombre engañoso. Ese día, mientras desde el balcón de la ermita se tiran bolsas con pan, queso y una cuartilla con la imagen y la leyenda del santo, abajo, una multitud emocionada se da codazos para hacerse con uno de los humildes pero codiciados trofeos.

Ermita de santo Toribio, con el Cristo de fondo

A unos pocos pasos de la ermita, está el Cristo del Otero, colosal figura que impresiona mires desde donde la mires. Para que os hagáis una idea, mide 20 metros de altura y es la segunda estatua de Cristo más alta del mundo después del Cristo Redentor de Río de Janeiro.

El Cristo del Otero

No se puede subir hasta los pies de la escultura. Eso sí, las vistas sobre la ciudad de Palencia y los campos circundantes son preciosas. Además, hay un espacio dedicado al Cristo y a Victorio Macho que merece mucho la pena. Es gratuito y está abierto todos los días excepto los lunes.

En el Centro de Interpretación Victorio Macho hay tres salas comunicadas, una de las cuales aprovecha los espacios de la ermita de Santa Maria del Otero. Lo mejor es empezar por la sala que queda a la izquierda de la entrada principal puesto que allí ponen un vídeo de unos cinco minutos de duración que puede servir como introducción a lo que se verá de manera más detallada en la sala de enfrente. En esta segunda sala, junto con los paneles que explican la vida y la trayectoria de Victorio Macho, se exhiben bocetos para obras monumentales así como retratos.

A mí, el proyecto que más me impactó fue precisamente uno que no se pudo llevar a cabo: el de El campesino ibérico. Macho, en sus últimos años de vida, lo que tenía en mente era hacer una especie de Coloso de Rodas pero a la española, es decir, una escultura de un hombre ibérico, de 40 metros de altura, y situarlo en un lugar bien alto: en la sierra de Guadarrama. El recuerdo de tal utopía fue materializado y, si vais a la rotonda que une la avenida de Asturias con la avenida de Simón Nieto, vais a ver una reproducción de 4 metros de altura de dicha escultura. Obviamente, tanto las dimensiones como el emplazamiento de la obra actual poco tienen que ver con la idea original de Macho pero merece la pena darse un paseo para verla porque, aun así, es espectacular.

Después de visitar estas dos salas que os he descrito brevemente, podéis asomaros a la ermita de santa Maria del Otero. En la nave central, obedeciendo a su última voluntad, reposan los restos de Macho y, en las paredes de las naves laterales, hay modelos y bocetos del monumento a Alonso Berruguete (situado en la Plaza Mayor de Palencia) así como el boceto en yeso de la cabeza del Cristo del Otero acompañado de información detallada. Os recomiendo que os paréis un momento a leerla . Es muy interesante descubrir qué concepción del paisaje y de la fe tenía Macho y cómo la plasmó en su Cristo.

Tras esta visita, bajé de nuevo a la ciudad y mi primer alto en el camino fueron los jardinillos de la estación que, como su propio nombre indica, están justo delante de la estación de trenes. Es agradable pasear entre sus castaños y álamos, descansar frente a uno de sus estanques con patos o admirar algo raro pero único a la vez: el palomar de forma troncocónica. Y es que… ¿alguna vez habéis visto un palomar dentro de un parque urbano?

Palomar de los jardinillos de la estación

Cuando se llega al palomar, simplemente hace falta cruzar la avenida de Simón Nieto y ya se está en la iglesia de san Pablo, construida entre los siglos XIV y XVI.

Si bien el interior está bastante oscuro, entrad para apreciar, sobre todo, la capilla mayor. En ella destaca el fantástico retablo mayor dominado por el calvario de Cristo y caracterizado por varias escenas de la vida de este en la parte inferior y por diferentes figuras de santos en la parte superior. Asimismo, a ambos lados de la capilla mayor asombran los sepulcros renacentistas de los Marqueses de Poza.

Las dos capillas absidiales también son bonitas. En la del Evangelio, que está a la izquierda de la capilla mayor, se encuentra la talla de un Crucificado del siglo XVII adscrito a la escuela palentina y en la de la Epístola, que está a la derecha de la capilla mayor, se halla el magnífico retablo de la Piedad presidiendo la capilla en la que está enterrado el deán Zapata.

Antes de dejar la iglesia a vuestras espaldas, no os olvidéis de levantar la vista en la capilla del Rosario (la primera capilla lateral del lado derecho) y en la nave central pues sus techos son bellísimos.

Por la tarde me fui a dar una vuelta por la arteria principal de Palencia: su calle Mayor. Yo empecé el paseo desde la Plaza León por lo que os voy a ir diciendo los lugares que más me llamaron la atención de norte a sur. En la esquina con la calle Los Soldados brilla con luz propia el edificio modernista de Jacobo Romero, en la actualidad, sede de Caja Duero. Parece que el único que se atreve a ignorar tal edificio es nuestro ya conocido Macho cuya escultura está justo al lado, dándole la espalda.

A pocos pasos hay más edificios de interés: la casa de los señores García Germán, de estilo modernista; la casa Junco, único exponente de arquitectura civil de época barroca que hay en la ciudad y el colegio de Villandrado, en ladrillo rojo y piedra blanca y rematado por el friso de cerámica vidriada que representa a su fundadora (la Vizcondesa de Villandrado) con sus dos doncellas.

Justo enfrente de este último edificio os podéis desviar cogiendo la calle Ignacio Martínez de Azcoitia para ver la plaza Mayor (donde están el ayuntamiento, de estilo neoclásico, y el curioso monumento de piedra y bronce que Macho realizó a finales de 1963 con motivo del IV centenario de la muerte del escultor renacentista Alonso Berruguete), y la iglesia de la Soledad que está adosada al convento de San Francisco.

Plaza Mayor con el ayuntamiento de fondo y el monumento a Berruguete en el centro

Cruzando la plazuela de la Sal se encuentra el mercado de abastos, un edificio de hierro forjado y grandes cristaleras construido en 1898 para dar un espacio más ordenado y saludable al mercado que antes se celebraba a escasos metros, al aire libre. Es pequeño pero los comerciantes son amables y los productos que venden son frescos y de calidad. Si queréis comprar algo, no vayáis muy tarde ya que la mayoría de los puestos tradicionales cierran a primera hora de la tarde, antes de las 15.00.

Contiguo a este mercado está uno de los edificios civiles que más me gustaron de Palencia: el palacio de la Diputación. Predominantemente de estilo neoplateresco, todo él es imponente pero, quizás, los elementos exteriores más bellos son las torres que dan a la calle Berruguete. Su interior no es visitable pero, igualmente, podéis pasaros por allí antes de las 15.00 y, bajo la atenta mirada del guardia de turno, asomaros al vestíbulo de aspecto italiano. Así, tendréis la oportunidad de admirar la imponente escalinata de tipo imperial que lleva al primer piso y las vidrieras con diferentes escudos (a la derecha del de España está el de Brañosera, municipio considerado el primer ayuntamiento del país). Asimismo, si alzáis la vista, veréis el fresco de Fernando Calderón que rememora la defensa de la ciudad llevada a cabo por un ejército de valerosas mujeres contra el asedio del duque de Lancaster en 1388. La obra es de 1967 por lo que se encargó después del incendio que sufrió el edificio un año antes. Curiosamente, en el incendio, el único fallecido fue el jefe de los bomberos, el hijo del arquitecto que proyectó el edificio. Dicen las malas lenguas que fue él mismo el que provocó dicho incendio puesto que reclamaba un cuadro de su padre y la Diputación se lo negaba. Como podéis ver, una historia de lo más rocambolesca.

Continué por la calle Burgos y allí vi otros dos edificios de interés: el monasterio de las Claras y la iglesia de san Lázaro. En el monasterio tenéis que entrar sí o sí porque allí encontraréis la sublime talla de madera del Cristo Yacente que inspira una de las leyendas más famosas de Palencia. Se ve que el almirante Alfonso Enríquez (que, por cierto, está sepultado junto con su mujer y varios de sus hijos en el susodicho convento), tras haber ganado una difícil batalla contra el rey de Túnez, divisó en el mar Mediterráneo una urna de cristal flotante que resplandecía de manera sobrenatural. Cuando el almirante se acercó a ella, se dio cuenta de que esta contenía la imagen de Cristo y, por eso, la recogió con la intención de llevarla a Palenzuela que no Palencia. De todas maneras, las cosas no salieron como se esperaba: cuando el burro que transportaba la imagen pasó por delante del castillo de Reinoso de Cerrato donde vivían las monjas clarisas, se negó a continuar. Tal evento se interpretó como una señal divina y se dedujo que la imagen debía ser venerada en el monasterio de las Claras de Palencia.

La leyenda mola pero el Cristo Yacente todavía más porque está muy logrado. Tanto su cara como su cuerpo desprenden un gran realismo sobre todo por las articulaciones móviles y el pelo y las uñas naturales que, según muchos, le crecen un poquito cada año. Ahora los palentinos lo tienen muy tranquilito en su pequeña capilla pero ¡ojo al dato! Antes, debajo del cuero que le cubre el torso, se le ponía una calabaza hueca llena de vino para que así, cuando el cuerpo se moviese, la bebida saliera y pareciera que el Cristo estuviera sangrando. No sé vosotros pero yo flipé.

Está poco accesible por la urna y las barras que lo protegen y, de hecho, la foto no le hace justicia pero os invito a mirarlo detenidamente. Es tan real que da yuyu.

El Cristo Yacente del monasterio de las Claras

Apunte para los que, como a mí, les gusta la literatura: en torno a 1912, el gran Miguel de Unamuno le dedicó un poema de 150 versos que lleva un título bien corto: El Cristo yacente de Santa Clara (Iglesia de la Cruz) de Palencia. Si lo leéis, vais a notar que, antes de hacer referencia al Cristo, habla de una pobre Margarita loca. ¿Quién será? Pues no es otra que la protagonista de Margarita la tornera, una de las leyendas más célebres de Zorrilla cuya acción se desarrolla precisamente en el monasterio de las Clarisas.

A exactamente 4 pasos, está la iglesia de san Lázaro, fácilmente reconocible por la escultura de este mismo santo que hay al lado de la puerta principal. Por dentro, no me pareció un gran qué pero es interesante saber que, en sus orígenes, fue un hospital de leprosos fundado por el Cid.

Después de este pequeño desvío, volví a la calle Mayor deshaciendo los pasos por la calle Burgos y pasado por la calle don Sancho. Justo en la esquina de esta con la calle Mayor, veréis el Casino con un soportal decorado con un mural de estilo modernista, muy chulo.

Mural de estilo modernista bajo el soportal del Casino

De ahí, fui bajando por el cacho de calle Mayor que todavía no había visto. Está lleno de tiendas pero lo mejor es no despistarse mucho con los escaparates e ir alzando la vista cada dos por tres porque este tramo está repleto de fachadas preciosas.

Al llegar al final de la calle Mayor, si vais a la izquierda, vais a ver el río Carrión desde el Puente de Hierro, de principios del siglo XXI y, si decidís tirar hacia la derecha, os encontraréis con el paseo del Salón de Isabel II, situado en los terrenos del desaparecido convento del Carmen. Es agradable pasear por allí, sobre todo por las diferentes tipos de árboles y flores que se van encontrando por el camino. Además, en pocos minutos, se llega a otro parque: la Huerta de Guardián donde, por encima de todo, destaca la pequeña iglesia de San Juan Bautista, a mano izquierda. Antes se encontraba en Villanueva del Río Pisuerga pero, como el pueblo se inundó por la construcción de un pantano, decidieron trasladarla y reconstruirla piedra a piedra donde la podemos ver ahora. La portada es majestuosa, con seis arquivoltas apoyadas en finas columnas y, el interior, a pesar de ser muy sencillo, es interesante puesto que alberga uno de los Centros de Interpretación del Románico. Allí se explica con detalle la historia de la iglesia y la contextualiza dando datos de otras construcciones de este estilo en la provinia de Palencia. La visita merece la pena y es gratuita pero, antes de ir, informaos sobre los horarios porque son bastante variables dependiendo de la época del año en la que viajéis. Si vais en verano, solo está cerrada los lunes.

Además, si vais con peques, sabed que el parque Huerta de Guardián es uno de los que se ha adherido al Parquecuentos, una iniciativa que invita a los niños a leer con diferentes propuestas cada día, de lunes a viernes.

Casita para los Parquecuentos en el parque Huerta de Guardián

Por la noche, me quedé a dormir en la casa de Satur, un anfitrión superatento. El apartamento está en Campos Góticos, una zona residencial, a 11 minutos del centro caminando, es muy amplio y está muy bien equipado (incluso en un rinconcito del salón hay información sobre la ciudad y la provincia (por si todo lo que yo os estoy contando no fuera suficiente)). 50 euros la noche. Desayuno incluido, con café del bueno.

Al día siguiente, empecé por el Museo Diocesano de Arte Sacro que está ubicado en el Palacio Episcopal. La verdad es que nunca voy a este tipo de museos porque normalmente tengo suficiente con las obras que veo en el interior de catedrales, iglesias o conventos pero, en este caso, tengo que admitir que disfruté mucho de la visita. Cuesta 4 euros y el primer pase es a las 10.30, con Daniel que es el guía. Es remajo y aunque no tengáis ni pajolera idea de historia, arte o religión, él lo explica tan bien y le pone tantas ganas que vais a aprender mucho. Además, va haciendo comentarios y bromas como las del grupo Reacciones Medievales que no sé si conoceréis pero a mí me hacen mucha gracia.

La visita dura aproximadamente una hora y, en este tiempo, se ven vírgenes, retablos, mobiliario o piezas de orfebrería de distintos siglos. También veréis pinturas de Pedro Berruguete, Juan de Flandes o Zurbarán.

Después de esto, sin duda, tocaba visitar la catedral que, además, está a 2 minutos andando. Por suerte para la catedral pero por desgracia para mí y para el resto de los visitantes, están realizando obras de mejora por lo que hay zonas cerradas al público y la entrada cuesta 3 euros en lugar de 5. El precio incluye una audioguía.

La catedral tiene cinco puertas de acceso pero los visitantes entran directamente por el claustro, que da a la plaza de la Inmaculada. Vista desde allí, ya impresiona y, aunque ahora (y a lo largo del año 2020) esté medio escondida entre andamios y cosas varias, os sugiero que, antes de entrar, os deis una vuelta por fuera para apreciar desde cerca los detalles en las portadas, las gárgolas variopintas, los frisos o los pináculos.

Dentro atesora joyas que van desde la época visigótica hasta el barroco pasando por el románico, el gótico, el renacentista y el plateresco.

Uno de los lugares más bonitos es el suntuoso trascoro de comienzos del siglo XVI donde luce el tríptico de los Siete Dolores, de Juan de Holanda. Encima, en un arco de medio punto aparecen las armas del obispo Fonseca y, presidiendo todo el conjunto, figura la heráldica de los Reyes Católicos.

Trascoro de estilo plateresco

Justo enfrente de este bonito trascoro, están las escaleras que dan acceso a la parte más antigua conservada: la cripta de San Antolín. Cuando bajéis hacia allí fijaos en los bajorrelieves platerescos que adornan la escalera porque, a través de ellos, se cuenta la leyenda que da origen a la cripta. Se ve que el rey Don Sancho III, en un día de cacería, pretendiendo cazar un jabalí, se escondió en una cueva que resultó ser el lugar elegido por el rey Wamba para depositar unas reliquias de san Antolín que él mismo se había encargado de llevar allí a mediados del siglo VII. Cuando don Sancho fue a arrojar la lanza contra el animal, su brazo quedó totalmente paralizado. Es de esta manera que se dio cuenta de que estaba en un lugar sagrado. Prometió que si recuperaba la movilidad de su brazo, iba a hacer levantar una catedral con una cripta en la que pudieran reposar las reliquias del santo que encontró en el lugar.

Al fondo, la cabecera de la cripta es el lugar de culto más antiguo de la catedral, de época visigoda, pero a continuación encontraréis la ampliación protorrománica caracterizada por bóvedas de medio cañón.

En la estancia también veréis un pozo con agua milagrosa y una imagen de San Antolín, del siglo XVI.

Al salir de la cripta, id a izquierda. Al abrigo del coro, podréis ver el Cristo de las Batallas, imagen muy venerada en la ciudad y, en el pasado, de visita obligada para todo guerrero cristiano antes de partir para la guerra. También veréis dos puertas de madera de nogal: una que da acceso al coro y otra, al corredor alto.

El Cristo de las Batallas, del siglo XIV

A lo largo de la nave del Evangelio, en la pared norte de la catedral, ahora se ven 5 capillas funerarias, todas ellas de planta rectangular y embellecidas con retablos dorados. En el testero de esa misma nave y posterior a las otras, encontraréis la capilla de las Reliquias que, como su propio nombre indica, está destinada a albergar las reliquias de la catedral. Asimismo, recopila algunas piezas del tesoro del cabildo y obras artísticas de orfebrería.

Antes de volver al claustro, haced dos cosas: por un lado, alzad la vista y fijaos en las cubiertas del templo y, por otro lado, apreciad la portada en esviaje que da acceso al claustro. Sus puertas de madera, atribuidas a los discípulos de Alonso Berruguete, nos ilustran algunos episodios de la vida del patrón de la ciudad, nuestro ya conocido San Antolín.

Como podéis apreciar en esta última foto, justo al atravesar la portada al claustro, a mano derecha hay una minirrampa que os conducirá a la sala capitular donde en la actualidad se encuentra el Museo Catedralicio. Es muy pequeño pero es precioso. En sus paredes están colgados los majestusos tapices provenientes de Flandes y pertenecientes a la colección del obispo Fonseca, los retablos que Felipe de Vigarny realizó para el Retablo Mayor y varias pinturas magistrales como El Martirio de San Sebastián, de El Greco.

Después de haberos empapado de catedral, si os dirigís a la plaza de san Antolín y cogéis la calle Salvino Sierra, vais a dar con otro de los símbolos de la ciudad: Puentecillas, un puente de origen romano que, en épocas pasadas, servía para comunicar ambos lados de la ciudad.

Puentecillas

Crucé por el mítico puente y, como tengo un poco de alergia al sol, simplemente me di un paseo por el Sotillo de los Canónigos bajo la sombra de los numerosos arces que allí crecen. De todas maneras, en verano, existe otra opción muy aplaudida por los lugareños: tumbarse en los amplios prados de césped y tomar el sol. También se puede improvisar un picnic. Esto ya depende de los gustos de cada uno.

De puente a puente y seguí aunque no me llevara la corriente. Y es que tocaba el puente Mayor, construido en el siglo XVI. Este me conduciría a la dársena donde todavía se conservan aparatos que en los siglos XIX y XX hacían más fácil las maniobras, el amarre, la carga o la descarga de las barcazas.

Aparato de maniobra en la dársena

Para mi paseo, salí desde el margen izquierdo y seguí el caminito marcado hasta la bifurcación del canal. Allí, me desvié hacia la izquierda para coger el paseo Padre Faustino Calvo, a la altura del puente. Una vez cruzado este, giré de nuevo a la izquierda y seguí todo recto hasta llegar a las esclusas de Viñalta, una obra de ingeniería digna de mención. Desde ese punto, lo que hice fue deshacer el camino hecho pero pasando por el otro margen del canal hasta llegar de nuevo a la dársena. El paseo en este tramo del canal de Castilla es muy agradable, siempre vais a caminar rodeados de naturaleza y, si hacéis el camino que hice yo, no os va a tomar más de una hora.

Yo no pude hacerlo por falta de tiempo pero, si tenéis un día a disposición y os gusta el senderismo, sabed que existe el Camino Natural del Tren Secundario de Castilla, una ruta proyectada sobre el antiguo trazado ferroviario del tren burra (con este nombre, ya os podéis imaginar a qué velocidades iba el pobre). El recorrido tiene casi 30 kilómetros y pasa por extensos campos de cereales, esclusas y diferentes poblaciones en las que disfrutar de sus encantadoras iglesias.

Después del paseo, volví al otro lado del Carrión para ver dos iglesias más. La primera, la iglesia de Nuestra Señora de la Calle, tiene una fachada muy sobria pero, dentro, es muy recogida y alberga un retablo mayor precioso, hecho de madera, de estilo barroco si bien ya tiene influencia rococó. En él se representan varios santos de la orden jesuita como por ejemplo san Ignacio de Loyola (que en su mano lleva el libro de la fundación de la orden) o san Francisco Javier. A pesar de que dichos santos son de ciertas dimensiones, cualquiera que mire el retablo, en lo primero que se fijará, probablemente, será en la figura pequeñísima de la patrona de la ciudad, La Morenilla. Está apoyada sobre cuatro ángeles y, alrededor de ella, luce una corona milagrosa del burgalés Maese Calvo.

Como ya sabemos, los palentinos tienen leyenda para todo. Por esto, sería prácticamente imposible que no hubiera una sobre la figura más querida y venerada de la ciudad. En este caso, lo que pasó fue que un panadero, poco amigo de la religión, un día estaba preparando su horno con la leña pero se dio cuenta de que uno de los troncos que no prendía de ningua de las maneras. Furioso, lo tiró por la ventana y, cuando este cayó, aparte de crear un terrible estruendo, formó la imagen de la virgen que dijo: «como a la calle me tiras, de la calle me llamaré». El señor, al no ser religioso, se asustó un montón y, por consejo de su mujer, decidió dejarla donde la podemos apreciar hoy.

Cuando he dicho que la virgen se llama La Morenilla, no sé si os habrá llamado la atención el nombre. A mí si que me sorprendió un poco pero el porqué de tal nombre también nos lo da la leyenda. Se ve que la piel de la virgen no tiene el color usual por la chamusquina que dejaron los troncos que quemaban junto al tronco del que surgió la virgen.

Es muy original la leyenda, ¿verdad?

Iglesia de Nuestra Señora de la Calle

El otro templo, la iglesia de san Miguel, está situada en lo que antes fue la judería de la ciudad. Es de estilo románico tardío y choca mucho porque tiene una torre que parece la de un castillo.

Iglesia de san Miguel

Por fuera, es preciosa y, por dentro, merece la pena dar una vuelta, sobre todo para ver el Cristo de Medinaceli, talla que sale de paseo en la sentida Semana Santa.

Nuevo apunte legendario: fue en el templo sobre el que más tarde se erigió la actual iglesia de san Miguel donde se casó el Cid con doña Jimena.

Si vais a estas dos iglesias por la tarde, tened en cuenta que tienen unos horarios bastante restringidos. Ambas abren sus puertas a las 18.00 y las cierran a las 20.00.

Para terminar el día, me fui al parque Isla Dos Aguas, un lugar amplio y apacible por el que pasear. Tiene árboles grandes árbles antiguos y un lago en el que se pueden ver patos y ocas.

La verdad es que Palencia me pareció una ciudad preciosa, llena de historia y de leyendas, con mucho que ofrecer y pequeños detalles que te sacan una sonrisa. Yo logré captar los tres que os pongo en las fotos de abajo y os reto a que los encontréis. Dificultad: media.