La città ideale del Rinascimento

Diría que Sabbioneta es un lugar único en el mundo. Situada en el corazón de la llanura padana, a medio camino entre Mantua y Parma, fue levantada en menos de 35 años por deseo del príncipe Vespasiano Gonzaga. Probablemente, en la cabeza de este señor, poseer un gran palacio en la corte no daba cuenta de su poder terrenal y por ello aspiró a algo mucho más grande: fundar una ciudad para él. Pilló el terreno donde su abuelo Ludovico tenía una fortificación y, como en sus inmediaciones había un asentamiento, lo modificó de arriba a abajo para materializar su ciudad ideal, fiel a los cánones del Renacimiento, a los principios humanistas y a los últimos avances de la arquitectura militar.
El señor Vespasiano, como todo príncipe renacentista que se precie, tenía una amplia formación, de ahí que todo el tema de la planificación y proyección de la pequeña ciudad-ducado fuera self service. A partir de 1556, empezó a levantar la muralla en forma de estrella y, dentro de ella, encerró un perfecto trazado en damero que da protagonismo a la piazza Ducale, el centro político, administrativo y religioso de Sabbioneta. Lo curioso del caso es que el ambicioso Vespasiano apenas pudo disfrutar de la ciudad completada puesto que el teatro se levantó solo un año antes de su muerte. Ironías de la vida.
No cabe duda de que Sabbioneta fue una creación precoz. Y todo lo que sube, baja. Así pues, tras su rápida construcción y la muerte de Vespasiano, entró prácticamente en el olvido, se sumió en un profundo sueño del que todavía parece no haberse despertado. A pesar de que se mantiene completamente intacta y ofrece rincones sugerentes, yo tuve una sensación rara. Es un lugar que evoca una innegable grandiosidad pero su belleza es vana; es como el escenario de un teatro bien decorado pero en el que la función ya ha terminado y, por eso, los espectadores se han ido y lo que reina es el silencio. Quizás, precisamente, esto era lo que quería Vespasiano, que con la llegada de su muerte, llegara también el silencio y que su creación pasara a la posteridad como el testimonio de su magnificencia perenne.
Si queréis conocer más de cerca todo esto y disponéis de tiempo, os aconsejo que vayáis al Palazzo del Cavalleggero en la via Teatro Olimpico, 2 y que os hagáis con el billete integrado Biglietto Unico integrato. Cuesta 15 euros y os da acceso a todos los monumentos y museos de la ciudad.
Este punto de información se encuentra en una de las esquinas de la piazza Ducale, el corazón de Sabbioneta. La plaza es rectangular y evidencia la rigidez en el plan urbano: en ella convergen ortogonalmente las calles principales con sus elegantes soportales y los edificios del poder. Vamos, todo un ejemplo de equilibrio y orden renacentistas.

El edificio que preside uno de los lados de la plaza es el Palazzo Ducale, el primer edificio importante que Vespasiano construyó en la ciudad y que le sirvió como sede de representación y residencia privada. La fachada, con su soportal, sus grandes ventanales perfilados en mármol y sus bustos, es maravillosa y no es más que una pequeña muestra de la opulencia que se guardaba en su interior. Antes de entrar, os tenéis que fijar en un detalle para haceros una idea más clara del carácter del gran señor de Sabbioneta. En la fachada, se podría haber limitado a escribir en algún ladito que esa construcción era suya pero eso habría sido de medio pobres. ¿Qué hizo él? En los cinco arquitrabes escribió: VESP. D. G. DVX SABLON. I (Vespasiano, por gracia de Dios, primer duque de Sabbioneta). Hala, escrito cinco veces para que quede bien clarito. Vaya tío.
El interior es una pasada, sobre todo los techos. Vais a ver que, de tanto levantar la cabeza para admirarlos, acabaréis con algo de tortícolis. En la planta baja, a mano derecha, vais a disfrutar de algunos ambientes con techos muy bonitos. Me gustó mucho el de la saletta delle Stagioni, realizado probablemente por un discípulo del gran Giulio Romano. Es abovedado y está caracterizado por cuatro figuras alegóricas que representan las cuatro estaciones del año y, entre cada una de ellas, hay un medallón en el que aparece una actividad que se asocia con la estación reproducida. He aquí el medallón del otoño, con un joven bebiendo de un cáliz.

De todas maneras, uno de los ambientes más importantes es la sala di Diana ed Endimione, llamada así por el fresco de Bernardino Campi que reinaba en ella. He escrito «reinaba» y no «reina» porque, por desgracia, está muy deteriorado. Lo que sí se ve bien es el resto de la decoración, que es grutesca y pretende celebrar los hitos de Vespasiano.


En la planta baja también me moló la sala d’Oro, dedicada a Fernando Álvarez de Toledo, un colega de Vespasiano. Y ahora os preguntaréis: ¿Por qué aparece el nombre de un español? Muy simple: nuestro querido duque pasó una larga temporada en España y era íntimo de Felipe II y compañía. Pero bueno, a lo que íbamos: la sala es guay porque alberga una imponente chimenea de mármol rosa de Verona decorada con dos leones y un techo de madera, todo él recubierto de una fina lámina de oro puro.


Cuando subáis a la planta de arriba, vais a ver que, a mano izquierda, en la sala delle Aquile, os estarán esperando cuatro de las diez piezas que conformaban la Cavalcata, una colección de estatuas ecuestres de madera, a tamaño natural, que representaban el poder y las virtudes militares de Vespasiano y de sus antepasados. A simple vista, la pieza del gran duque, que luce en el centro de la sala, os parecerá muy similar a las otras tres pero, como siempre, os tendréis que fijar en los detalles. Vespasiano lleva un collar de la Orden del Toisón de Oro (no sé si la conoceréis pero es una de las órdenes de caballería más top y antiguas de Europa) y la crin de su caballo está más elaborada que la del resto. Otro dato curioso: no todos los caballos tienen levantada la misma pata ¿Por qué? Los que tienen levantada la pata derecha indican que su jinete murió por causas naturales mientras que los que se presentan con la pata izquierda levantada, señalan que su jinete fue un gran comandante y murió luchando.

Esta sala comunica con varias habitaciones, una más bonita que la otra. Os señalo las cinco que más me gustaron (en sentido antihorario): la sala degli Imperatori, que tiene un techo esculpido maravilloso en el que se representa el rayo alado, símbolo del duque, y los escudos de las tres grandes familias Gonzaga, Colonna y Aragón; la galleria degli Antenati, la mejor conservada, donde hay 21 bajorrelieves en estuco con las efigies de los antepasados de Vespasiano y una bóveda preciosa dividida en diferentes frescos sobre los que destacan el de Apolo en el carro del sol, el de Mercurio y el de Marte; la sala degli Elefanti, antes usada para temas de justicia, que presenta un curioso friso con una serie de elefantes, cada uno de los cuales, lleva al cuello una cadena sujetada por un brazo para simbolizar que la razón humana pone freno a los instintos más potentes de la naturaleza y, de esta manera, hay orden y se garantiza la justicia; la saletta dell’Angelo, llamada así porque en el centro de su imponente y macizo techo de madera del Líbano aparece un ángel que aguanta el escudo ducal alrededor del cual hay, una vez más, el collar del Toisón; y, por último, la gran sala degli Ottagoni caracterizada por un techo que tiene un montón de piñas de madera apuntando al que se asoma por allí.






Justo detrás del Palazzo Ducale está la chiesa dell’Incoronata, un templo de base octogonal que tiene un exterior muy sencillo y austero pero que, por dentro, está completamente decorado con frescos espectaculares. Lo que más impacta es su cúpula, que crea la ilusión óptica de un espacio abierto y mucho más esbelto de lo que realmente es.



En el interior también se encuentra el mausoleo de Vespasiano. No os va a ser muy difícil localizarlo: en él hay mucho mármol polícromo y una estatua de bronce del susodicho que os resultará muy familiar puesto que hay otra muy similar en la primera sala del Palazzo Ducale que ya habréis visitado. Si prestáis atención, os daréis cuenta de que, en la representación, Vespasiano tiene mucho más de emperador romano (Marco Aurelio) que de duque. El tío creó una ciudad ideal como Roma, ¿no se podía permitir tal lujo? Y, ojo, que no está solo: para destacar sus virtudes de buen gobernante, le acompañan las representaciones alegóricas de la Fuerza del Espíritu y de la Justicia.

Aquí enterraron a nuestro amigo con algo totalmente fuera de lo común: un toisón de oro, una pequeña pero valiosísima joya que le regaló Felipe II por su lealtad y sus servicios a la corona española. Después os indico dónde podéis verlo expuesto porque no está dentro de esta iglesia.
Si volvéis a la piazza Ducale y cogéis la via Teatro, llegaréis, precisamente, al Teatro all’Antica, una construcción de gran importancia en el ámbito de los edificios teatrales europeos porque fue el primer teatro permanente en nuestro continente construido a partir de la nada, es decir, sin que hubiera una estructura preexistente.
Tenéis que entrar porque vais a flipar. Impone sobremanera la logia semicircular con sus doce elegantes columnas corintias dominadas por doce estatuas de dioses del Olimpo, todos ellos representados con sus atributos. Si os sentáis en las gradas de madera, os van a parecer estatuas armoniosas pero, al igual que otros elementos presentes en la sala, es una ilusión óptica porque, en realidad, sus dimensiones están distorsionadas para que luzcan guais si se miran desde abajo.

Desde la parte del escenario podréis apreciar los frescos de las paredes del teatro. Al fondo de la logia, se ven cuatro estatuas de emperadores y justo debajo del techo, dando la vuelta al perímetro de la sala, me pareció muy gracioso el palco con músicos, cómicos, niños, damas y caballeros que miran hacia abajo, hacia el lugar donde sucedían cosas. Están muy logrados: todos tienen los párpados prácticamente bajados y el semblante relajado, preparado para disfrutar de un espectáculo.
De todas maneras, los dos frescos que más llaman la atención por sus dimensiones son los de las vistas de Roma a través de dos arcos de triunfo. Ambos tenían la función de crear en los espectadores la ilusión de que se encontraban en un espacio al aire libre. A vuestra derecha, os quedará la piazza del Campidoglio encima de la cual podréis leer una inscripción que parafrasea la que aparece en la fachada principal del teatro: QUANTUM ROMA FUIT, IPSA RUINA DOCET (La grandeza de Roma la demuestran sus propias ruinas). A vuestra izquierda, en cambio, veréis Castel Sant’Angelo, menos lustroso por culpa de una puerta.

Con todo esto que os he contado, ¿dónde colocaríais al potente Vespasiano en un día de espectáculo? Fácil responderme, ¿no? En el centro de la logia, entre los terrenales y los dioses. Le colocaban el trono justo delante del fresco de su homónimo Tito Flavio Vespasiano, el que tiene una corona de laurel en la mano. De esta manera, cuando se sentaba, parecía que el emperador romano le ponía la corona en la cabeza y lo coronaba como uno de los suyos.
Otro dato interesante: al teatro se le dotó de tres entradas, algo insólito. ¿Habréis entrado por la misma puerta por la que lo hacía Vespasiano? Pues no. Siento deciros que la puerta por la que entran los visitantes es la misma por la que lo hacía el público general. En el lado diametralmente opuesto estaba la puerta para el acceso y los movimientos de los artistas y para Vespasiano estaba reservada la puerta lateral, la que arriba tiene su escudo y la que precisamente da a la via Vespasiano. ¿Por qué? Porque era la única a través de la cual se accedía directamente a la sala de representación.
Tal y como vemos el teatro hoy en día es una maravilla pero, por lo que me contaron, en el siglo XVI tenía que ser algo supersónico. Se ve que en el techo había pintado un cielo estrellado del que colgaban unas bolitas de cristal llenas de líquidos de colores para que, cuando la luz las atravesara, proyectaran sombras psicodélicas más allá de las estrellas. De esta manera, se conseguía dar la sensación de un teatro al aire libre, como los teatros griegos en los que las representaciones se hacían de noche, a la luz de las estrellas. Lamentablemente, este techo, al igual que la escena fija original, no lo vemos por los usos poco ortodoxos que se hicieron del teatro a partir del siglo sucesivo: fue granero, almacén, cuartel y, hasta hace menos de 100 años, sala cinematográfica.
Cuando en Sabbioneta toca la una, para el visitante es hora de comer, básicamente, porque todas las atracciones turísticas están cerradas de una a dos y media. Para estar bien cerquita de lo que quería ver a primera hora de la tarde, me dirigí al ristorante Ducale, un local cuya especialidad es el gnocco fritto, un delicioso pan que, cuando se fríe, se infla como un globo. Me pedí esto con un poco de embutido como entrante y tortelli di zucca, una especie de raviolis rellenos de calabaza, muy típicos de la zona de Mantua. Cada uno de los platos me costó 9 euros, no está mal.


Desde la terraza de este restaurante, se ve la parte externa de la Galleria degli Antichi, que parece la de un acueducto romano, en concreto, la del acueducto de Segovia. ¿Casualidad? Pues no. Ya sabemos que Vespasiano pasó una larga temporada en España y, en uno de sus desplazamientos, vio tal espectacular construcción.

Si pasáis por este imponente soportal, daréis con el Palazzo Giardino, un palacete renacentista en el que Vespasiano descansaba y estudiaba. Aunque por fuera es muy sobrio, por dentro es mágico. A través de su veintena de salas distribuidas en dos pisos, vais a descubrir un recorrido decorativo basado en la enorme cultura literaria del gran duque y su inmenso amor por la antigua Roma. Falta todo el mobiliario original pero os aseguro que los frescos, los estucos y los suelos de mármol son suficientes para colmar de belleza el lugar.







Desde la segunda sala de la planta baja, a mano izquierda, se accede a un jardín que conserva un tenue reflejo de su antiguo esplendor. Desde el único lado que no está amurallado, apreciaréis lo que se mantiene: un jardín perfectamente diseñado dominado por el orden y la geometría. Paseando por la calle principal, la de la fuente circular, ya tendréis que empezar a imaginar cómo era antes este remanso de paz. Os cuento un poco lo que sé, así os hacéis una idea más precisa: el problema de la solana Vespasiano lo tenía controlado porque las calles estaban cubiertas con pérgolas por las que trepaban plantas de vid y jazmines. A los lados, había algunas estatuas antiguas rodeadas de flores de diferentes tipos y jarrones con naranjas y limones, todo ello animado por juegos de agua. No está mal, ¿no? Por como me lo describieron, lo veo un lugar ideal para la vida contemplativa de la que probablemente gozó el duque en más de una ocasión.



Lo mejor de la visita está al final del recorrido que se hace por el segundo piso: la Galleria degli Antichi, una galería que, con sus 97 metros de longitud, es la tercera más larga de Europa después de la Galleria degli Uffizi en Florencia y la Galleria delle Carte Geografiche del Vaticano. Así pues, solo por sus dimensiones, ya impresiona.

A diferencia de otras galerías, esta no servía para comunicar el Palazzo Giardini con ningún otro edificio emblemático, sino que tenía una función bien diferente: básicamente, Vespasiano la utilizaba en plan museo para chulear ante sus invitados de un popurrí de cosas valiosas: piezas arqueológicas, mármoles preciados del norte de África, armaduras de sus antepasados, estatuas romanas, animales exóticos disecados, etc. De todas maneras, de todo esto ya no queda nada porque en el siglo XVIII, como Sabbioneta estaba bajo el dominio austríaco, Maria Teresa de Austria se lo llevó para su casa, ¡incluso el suelo de mármol!
Por suerte, dejó los frescos que, en las paredes largas, representan alegorías femeninas cuya finalidad es resaltar las virtudes morales e intelectuales del buen gobernante y, en las paredes cortas, juegan con las perspectivas. A mí, los trampantojos que gustaron mucho, ¡te hacen creer que la galería todavía es más larga de lo que realmente es!

Aquí, como en el jardín, mientras os paseéis, tenéis que hacer un ejercicio de imaginación para trasladaros a su antiguo esplendor: a los grandes ventanales que hacen entrar mogollón de luz, les tenéis que sumar el suelo de mármol que antes comentábamos, de color amarillo, para que pareciera de oro. De esta manera, los rayos de luz que entraban, se proyectaban en el mármol y las cositas de la colección de Vespasiano brillaban a más no poder. Era todo un espectáculo de luz, de color y de arte.
Cuando salgáis del Palazzo Giardini, os aconsejo que deis una vuelta por la piazza d’Armi. En uno de sus extremos, veréis los restos de la fortificación de la que os hablaba al principio de la entrada. La erigió Ludovico Gonzaga, el abuelo paterno de Vespasiano y es lo único que queda anterior a la construcción de la ciudad ideal renacentista.

Asimismo, en el centro de la plaza, no os pasará inadvertida una columna jónica con un capitel corintio de bronce en cuya cima hay una preciosa estatua de Minerva, que no es una estatua cualquiera. Formaba parte de la colección arqueológica del duque, tenía la función de vigilar y proteger sus dominios y marcaba el epicentro ideal de la ciudad (antes estaba situada unos setenta metros más hacia atrás, más exactamente en el cruce de la via Vespasiano Gonzaga con via Dondi).

Precisamente, si cogéis la via Dondi, ¡tachán!, ¡sorpresa!, al final de ella, a mano derecha, veréis algo que yo creo que no os esperáis: una sinagoga de principios del siglo XIX. De todas maneras, no se construyó ex novo, sino que se recicló un edificio en el que vivían judíos desde hacía siglos y en el que ya existía una pequeña sala de oración.

Como cualquier otra sinagoga, se encuentra en la parte superior del edificio para que, por encima de ella, no haya otra cosa que el cielo infinito y, en su interior, podréis ver el mobiliario original. Me parecieron especialmente bonitos la reja de hierro forjado y los estucos del techo que descansan sobre cuatro columnas corintias, clara alusión al templo de Salomón.

Las dos salitas contiguas contienen diferentes objetos relacionados con el culto y paneles explicativos que proporcionan información de la historia del lugar y de sus gentes así como algunos datos de interés sobre el judaísmo y sus prácticas religiosas.

Al salir de la sinagoga, veréis la chiesa di san Rocco, iglesia en la que, teóricamente, se encuentran los restos mortales de la primera mujer de Vespasiano, asesinada por haberle sido infiel. Cotilleos aparte, la iglesia no es un gran qué pero, si no conseguís ver los restos de la desdichada noble, por lo menos veréis algunos cuadros de arte sacro porque dentro hay una pequeña pinacoteca.



Las obras, pues, son las típicas que se encuentran en este tipo de espacios si bien es verdad que hay una pequeña sección con algo más modernillo y «rompedor».

En realidad, esta pinacoteca es como una extensión del museo de arte sacro «A passo d’uomo» que se encuentra a menos de 100 metros. Yo no soy de ir a este tipo de museos porque, por mi ignorancia en temas religiosos, los veo todos muy similares pero, como con mi superbillete cumulativo tenía el acceso incluido, me animé a entrar. Iba con pocas expectativas pero tengo que admitir que el museo está muy bien montado y es un gusto darse una vuelta por él.







Varias son las piezas bonitas que se exhiben pero la joya de la corona (¡y nunca mejor dicho!) se encuentra en la última sala. ¿Os acordáis del toisón de oro del que os he hablado y con el que enterraron a Vespasiano? Pues ahí está. Uno no se lo espera pero, de repente, se encuentra con una vitrina y, dentro, una joya de oro que representa a un carnero. Es tan pequeñita que incluso le han puesto una lupa al lado para poder apreciar todos sus detalles.
De vuelta a la piazza Ducale, no dejéis de visitar la chiesa dell’Assunta, que no se le puede hacer un feo a la catedral. Si os fijáis, su fachada es singular: se caracteriza por un bonito juego de mármoles rosas y blancos. Dentro, cada siglo dejó su huella. A mí me parecieron especialmente curiosas dos cosas: por un lado, la cappella del Santissimo Sacramento, de estilo rococó, por su elegante cúpula agujereada y por la gran cantidad de reliquias que alberga. Por otro lado, la sacristía monumental, por su mobiliario, que marca la transición del gusto barroco al estilo neoclásico.
También son la mar de bonitos los frescos y los estucos pero esto prácticamente es innecesario decirlo porque en la ciudad de Vespasiano son una constante, ya sabéis.


Sabbioneta está en medio de la nada pero tanta fastuosidad no podía estar dejado a la mano de Dios por lo que, como era de esperar, Vespasiano no se olvidó de protegerla con una muralla que casi se mantiene intacta. Tiene forma de hexágono irregular con seis bastiones y dos puertas de acceso diametralmente opuestas. Si tenéis ganas y tiempo, que sepáis que hay un pequeño recorrido que va de puerta a puerta y que permite ver los bastiones y la muralla desde fuera.




En un extremo está la Porta Vittoria, la primera puerta de Sabbioneta, que estaba orientada hacia la entonces Lombardía española. Si os fijáis en la entrada principal, veréis el escudo de los Gonzaga-Colonna y una inscripción en plan amuleto de la suerte que reza: «Vespasiano Gonzaga, marqués y fundador de Sabbioneta, dedicó esta puerta a la Victoria como buen agüero».

En el otro extremo, veréis la Porta Imperiale, llamada así porque está dedicada a su gran amigo, el emperador Rodolfo II de Habsburgo. Además de una divertida máscara grotesca en la entrada principal, llama poderosamente la atención el hecho de que la construcción tiene más pinta de fachada de iglesia que de puerta de acceso a una localidad.


Una vez dentro del casco antiguo de nuevo, mi recorrido terminó en la piazza d’Armi, ¡comiéndome un helado de avellana y pistacho bien rico!

Una última cosa pero no por ello menos importante: el medio de transporte más cómodo para llegar a Sabbioneta es el coche (no hay problemas de aparcamiento) pero si no disponéis de él, en Mantua, y más concretamente en el viale Risorgimento, podéis coger el autocar 17 (si viajáis en día laboral) o el 175 (si lo hacéis en domingo o festivo). El viaje dura unos 50 minutos y os deja al lado de la muralla, en la zona donde están los restos de la fortificación de Ludovico. Aquí os dejo los horarios.
Si os va la marcha y vais sobrados de tiempo, también podéis llegar a Sabbioneta en bici. Desde Mantua, no hay un carril bici propiamente dicho pero por esas carreteras secundarias casi no pasan coches. Son unas 4 horas de pedaleo pero puede estar guay; vais a ver un paisaje precioso repleto de viñedos y manzanos. Aquí tenéis el itinerario.
¡Disfrutad!

















